La relación con mi hermana y mis sobrinas (V)

FECHA: 10/29/2015


Una semana después de aquella cena, donde comuniqué a mi hermana y mis sobrinas, la posibilidad de irnos a vivir a otro país, todo había sido un éxito. Silvia había aceptado y al planteárselo al papá de las nenas este también había dicho que si. Incluso por unos contactos que tenía, les facilitó la obtención de los pasaportes. En mi caso, le confirmé mi aceptación a mi Jefe y el Vice Presidente regional, viajó a nuestro país para reunirnos los tres y ajustar los detalles. También había empezado a entrenar a unos de los asistentes de mi jefe, para ocupar el cargo que yo dejaba. En resumidas cuentas, ya estaba todo finiquitado.

NOTA: Quiero aclararles a mis lectores, que la parte (III) parece que no contenía cuestiones sustanciales, y por tanto, no pasó la revisión correspondiente. Fue por eso, que la parte (IV) resultó bastante más extensa. Gracias.

Un día estaba yo en mi oficina y me llamó mi jefe. Era un día jueves, lo recuerdo porque a la noche iríamos a cenar todos los de la oficina: Mi jefe, sus dos secretarias, el segundo de mi jefe, el auditor, quién quedaría en mi lugar y dos funcionarios más, una chica y un chico, que hacían tareas administrativas. Mi jefe me planteó la posibilidad de viajar el martes próximo. Y como ya estaba todo acordado con Silvia, las nenas y el papá de las nenas, le respondí que si. “Te alojarás en un hotel, con cargo a la oficina de representación, hasta que hayas encontrado la casa para vivir”, me dijo mi Jefe. Si estás de acuerdo, ya pido que emitan los pasajes y te comuniquen el plan de vuelo. “Si, claro” respondí. Mónica la secretaria de mi jefe, tenía toda la documentación mía, de mi hermana y mis sobrinas y ella se estaba ocupando de todo.

Cuando volví del almuerzo, sobre mi escritorio estaban los pasajes, el plan de vuelo, las tarjetas de embarque y las tarjetas corporativas, que ya la matriz había emitido a mi nombre. Eran dos: una para mi, y una adicional para Silvia. Como ya lo habíamos acordado, me quedaba sostener una casi última reunión, con quien sería mi reemplazo en la representación en nuestro país. Cuando terminé de revisar todos los sobres con la documentación, mi futuro reemplazante ya estaba golpeando la puerta. “Pasa” le respondí. “Toma asiento que ya empezamos nuestra reunión de traspaso de mando”, le dije y ambos reímos. Casi una hora y media después, ya estaba él totalmente ocupándose de mis tareas. Su entonces que decidí marcharme a casa, para a la noche ir a la cena despedida. En el viaje, llamé a Silvia para decirle que ya tenía los pasajes y viajaríamos el martes. Ella ya sabía que era cuestión de días, incluso horas. En el llamado, mi hermana me comunicó que las nenas se habían ido con el padre.

Pasarían con él un par de días antes de emprender el viaje. Por tanto, mi hermana estaba sola en casa. Se me ocurrió llamar a Mónica, la Secretaría de mi jefe, para preguntarle si yo podría llevar a mi hermana a la cena de despedida. “Por supuesto, me respondió. No solo no hay ningún problema, sino que yo creía irías con ella”, me dijo. Si estuvieran las nenas, tal vez no la habría llevado, pero al quedarse sola, me daba no se que. Llegué a casa y Silvia me estaba esperando ya con el café listo para servirlo.

“Hola, hermanita hermosa”, le dije al saludarla.
“Hola, amor”, me correspondió ella.
“Esta noche tengo una cena de despedida”.
“Si, recuerdo que me habías comentado”.
“Y quiero que vengas conmigo”.
“No, estás loco. Son tus compañeros”.
“Si, pero quiero que vengas conmigo”.
“Bueno, si a tí te parece, iré”.
“Gracias”, concluí.

Mi hermana estaba con una musculosa muy amplia, por donde no había que hacer mucho esfuerzo para verle las tetas. Y un shortcito, también amplio. Tomamos el café sentados en el sillón, los dos muy juntos. Le mostré los pasajes, el plan de vuelo y le dí el adicional de la tarjeta de crédito. Le hice unas caricias, unos mimos, le toqué un poco las tetas, que a mi me gustaba hacerlo y a ella, que se lo hiciera. Así como también, lleve mis manos a su entre pierna. Estaba feliz, muy tranquila, muy relajada. Seguimos conversando algunas cosas más. Me dijo que las nenas me habían dejado un beso, que volverían el sábado por la tarde. Luego, le dije que nos teníamos que ir a duchar, para luego vestirnos e irnos. Y nos paramos, nos abrazamos y empezamos a irnos para la habitación. Al llegar al cuarto, la volví a abrazar, la llevé hasta la cama y la tiré sobre ella y me tiré encima de ella.

Ella quedó boca para arriba y yo encima de ella, boca para abajo. La empecé a besar en el cuello y le levanté la musculosa para llegar a sacársela. Allí estaban sus hermosas tetas, sin corpiño, con los pezones como la punta de un dedo. Eso mostraba que también ella, estaba excitada. Se los empecé a chupar y mordisquear. Ella me agarraba mi cabeza, y la apretaba contra si, como tratando de impedir que dejara de hacerlo. Yo tenía el pantalón puesto, pero sentía la lucha que hacía mi pija, por terminar de erigirse y liberarse. Como mi boca fui bajando por su pancita y llegué hasta su concha. Allí, le bajé el shortcito y le empecé a chupar. Ella abrió bien las piernas y yo seguí hasta su cola. Ella no paraba de gemir, de gozar, me agarraba la cabeza y me apretaba contra su concha. “Si no nos bañamos, no podremos ir a la cena” me dijo. “Y si no vamos a la cena -siguió-, te voy a coger toda la noche”. Yo la miré a la cara, desde su concha que no dejaba de chupar, y le dije: “Entonces, no vamos”. Pero ella, hizo el esfuerzo por pararse y me reprendió. “Tienes que ir y yo te tengo que acompañar”. Nos reímos y nos empezamos a parar.

“Me voy a bañar. Vienes conmigo o lo haces después?” “Vamos” dijo Silvia. Y me extendió su mano. Yo la tomé y nos fuimos al baño. Fui a la ducha y la abrí. El agua comenzó a correr. Cuando la miré nuevamente, ella se estaba mirando al espejo. “Estás hermosa” le dije. “No me mientas”, me respondió. “Sabes que digo la verdad”, retruqué. “Antes estabas triste -seguí diciendo-, y hace mucho tiempo, te encontraba que estabas triste. Pero ahora sonríes, después de mucho tiempo. Y esas sonrisas, te hacen mas hermosa de lo que ya eres”. Y una vez mas, me dijo: “Gracias”.

Mi hermana, en verdad, es muy bonita. Pero cuando llegó a casa, su carita era de una tristeza inmensa. La misma tristeza que le veía en los últimos tiempos. Ella se volvió hacia mi, y me abrazó. Yo le devolví ese abrazo. El agua de la ducha seguía cayendo. Ella ya estaba totalmente desnuda. “Metete a la ducha”, le dije. Y ella se cruzó delante mió y se metió bajo el agua. Yo me quité me quité la ropa y me fui tras ella, bajo la ducha.

- Te acuerdas cuando eras chico, y me espiabas cuando yo me bañaba, me dijo ella.
- Claro que me acuerdo. Como olvidarlo, respondí.
- Y después, que hacías?
- Me mataba a paja.
- Verdad? me dijo asombrada.
- Claro.
- En aquellos tiempos, me molestaba. Me perdonas?
- Claro que te perdono. Era normal que te molestara. Yo invadía tu privacidad.
- Ahora soy yo, la que invadí tu privacidad. Y no yo sola, sino con mis hijas.
- No, no me invadiste nada. Sabes que me encanta y estoy muy feliz, que se vayan conmigo.

Ya estábamos totalmente mojados, ella me abrazaba a mi y yo a ella.

- Quieres que te cuente algo?, me dijo interrogante mi hermana.
- Dime, le respondí.
- En aquellos tiempos, yo también te espiaba. Y más de una vez, terminé mastrubándome como lo hacías tú.
- Verdad?, ahora fui yo el que preguntaba.
- La pura verdad, concluyó ella.

Yo tomé el gel de baño y puse en mi mano. Luego empecé a acariciar su cuerpo y extenderlo. Primero lo pasé por sus pechos, luego por la pancita, hasta llegar a su conchita. Puse más gel en mi mano y lo desparramé por su espalda y llegué hasta su cola. Ella también se puso gel en la mano y lo extendió por mi pecho, para un lado, para el otro y bajó hasta mi pija. Tomó gel y lo pasó por mi pija, suavemente la recorría desde la cabeza hasta mi huevos y volvía. Nos llenamos de caricias, con las manos untadas en gel. Yo masajeaba su espalda y su cola y ella no me soltaba la pija.

Así estuvimos unos minutos mas, hasta que empezamos a sacarnos el gel con el agua de la ducha. Otra vez en mi, se desataba una lucha interna. Por un lado, quería que esa ducha no se terminara más. Y por otro lado, sabía que teníamos que irnos a la cena. Finalmente, acabamos de ducharnos. Ella cerró la canilla y yo extendí la mano para tomar los toallones. Primero uno, para cubrirla a ella y luego el otro para secarme yo. Corrí la puerta transparente y salí. Me termine de secar y cuando miré hacia la ducha, ella empezaba a salir. Ya se había secado y venía hacia mi, con la toalla sobre los hombros.

Yo me puse mi boxer y unas alpargatas que estaban en el baño. “Me pasas esa ropa” me dijo señalando el rollito que había dejado en un extremo de la mesada. “Quieres que me vaya?” le pregunté. Y sonriendo me dijo: “Ya puedes verme tranquilamente. No es necesario que te vayas, para espiarme”.

Primero se puso la tanguita. Blanca, inmaculada, brillosa. La extendió bien sobre su concha y luego la ajustó en su cola. Una vez más, le quedaba perfecta. Me miró y yo no le quitaba los ojos de encima. Luego tomó un corpiño y se lo puso. Sus tetas se pararon y se mostraron mas hermosas. Ella se las acomodó dentro del corpiño. Largó al piso un par de ojotas y sin agacharse, se las calzó. “Estamos prontos?” le pregunté. “Si”, me respondió. “Ve para el cuarto”, le dije. “Yo extiendo los toallones, seco el piso y en un instante, estoy contigo”. “Dale”, me dijo y mientras se cruzaba delante mio, me dio un beso. “Te amo, chiquita hermosa”, le dije yo.

Fui al cuarto y ella se estaba calzando un jeans muy justo y luego una remera también al cuerpo. Yo me puse un jeans, pero con una camisa mas suelta, aunque por dentro del jeans. Ella calzó sandalias y yo zapatos. Ahora si, ya estabamos totalmente prontos. Y era hora de iniciar el viaje hacia el restaurant para encontrarme con mis compañeros.

La cena fue mis distendida, pese a que estaba mi jefe. Silvia habló mucho con Mónica, que había quedado sentada junto a ella. Casi al finalizar la cena, mi jefe les propuso irnos a un lugar a bailar. Un pub, tranqui, donde culminar la noche. Que los que no ponían oposición y los que no hablaron, todos estuvimos de acuerdo y allí fuimos. Era un lugar que quedaba a pocas cuadras del restaurant. Pedimos unos tragos y nos pusimos a bailar todos juntos. Ahora Silvia hablaba con el chico que quedaría en mi puesto y yo lo hacía con Mónica. Ya estábamos todos muy contentos, hasta que mi jefe vino con otra vuelta de tragos. Finalmente llegó la hora de dar por terminada la noche. Nos empezamos a saludar y organizar como nos íbamos. Mi jefe llevaría a la otra Secretaria. El auditor, al segundo de la oficina y al que me reemplazaba y yo le dije a Mónica que la dejaría en su casa. Y así, salimos, fuimos a los coches y emprendimos los regresos.

Llegamos a mi auto, y fui del lado contrario al conductor, para abrir las puertas. Silvia dijo de viajar atrás y Mónica lo hizo delante. Yo me fui de mi lado y me senté, encendí el coche y marchamos. Al sentarme no pude evitar mirar las piernas de Mónica, que tenía una mini muy corta y al sentarse le había quedado casi en la cintura. Su muslos se veían casi totales y muy bonitos. Alguna vez, un par tal vez, habíamos ido a bailar, cuando yo quedé sin novia. Pero no habíamos tenido sexo. Yo la respetaba como compañera de trabajo y ella a mi, por lo mismo. Cuando llegamos a su casa, ella se dio vuelta para saludar a Silvia. Mientras yo bajé y abrí su puerta. La mini que había quedado tan arriba, me permitía ver su tanga muy metida entre el culito. Volvió a su posición y al bajarse del auto, se la acomodó. Yo cerré la puerta y la acompañé hasta la puerta del edificio donde vivía. Nos despedimos con un beso, le dije sobre el mediodía iría por la oficina y me vine para el auto. Abrí la puerta de atrás y le pregunté a Silvia si se pasaría para adelante, pero me dijo que no. Cerré y fui de mi lado. Y marchamos otra vez, ahora hacia nuestra casa.

En cuanto marchamos, Silvia me lanzó: “Te la cogiste alguna vez?”. “A quien?” le pregunté. “A Mónica”. “No, nunca. Fuimos a bailar un par de veces, pero nada más.” Y mi hermana siguió: “A ella le encantaría que te la cojas. Me dijo mil veces, durante la noche, todo lo que te va a extrañar”. “Si, pero no la voy a coger. No lo hice antes, y no lo haré ahora. Siempre la respeté por ser la Secretaria y porque no quería quilombos”. “Claro”, dijo Silvia. Y siguió: “Pero es linda. Y está buena. Supongo que la miraste”. “Si, le dije. Es bonita y ya te dije, salí con ella, pero nunca pasó nada”. “Claro”, repitió. Y así, llegamos a nuestra casa.

En cuanto entramos, me preguntó si quería un café y yo nunca puedo decir que no, por lo que acepté. Ella fue a la cocina y yo me senté en el sillón. Muy pronto vino con las dos tazas. Las puso sobre la mesa y se cruzó pasando su cola rozando mi cara. “No se si mis cafés, serán como los de Mónica”, me dijo. “No, los tuyos, hermanita, son ricos, exquisitos y únicos”. Ella sonrió y yo la miré y me tendí sobre ella, a lo largo del sillón. “No me hagas escenas de celos, hermanita”, le dije. Y ella volvió a reírse. “No quiero escenas, porque hoy tomé un poco de más, y tengo muchas ganas de cogerme a mi amor, a mi única hermana”. “No”, dijo ella. “Si te calentaste con Mónica, anda a cogerla a ella. A mi no”, concluyo. En un mismo movimiento le levanté la remera y le subí el corpiño. Y le empecé a besar y chupar las tetas.

Ella hacía como que quería sacarme, pero sin demasiada fuerza. “Déjame, déjame”, repetía. Yo me senté, y empecé a tomar mi café. Y ella, hizo lo mismo. Cuando terminé mi café, volví sobre ella. La volví a tocar en las tetas y le desprendí el jeans, metiendo mi mano en su conchita. “Déjame, déjame”, volvió a decir. Y se reía. Ella también había tomado algunos tragos y se notaba que estaba con ganas. Me paré y la tomé en mis brazos. Ella hacía como que no quería. Pero yo tenía mas fuerza y la llevé hasta la habitación y la puse sobre la cama. Le saque el jeans y le terminé de quitar la remera que la tenía levantada hasta el cuello. La luz estaba apagada y yo muy velozmente me quité la ropa mía y me acosté con ella.

“Te amo, hermanita. Te amo, lo sabes”, le dije. Y ella me devolvió: “Yo también te amo, y te quiero solo para mi. Y no me gustó que Mónica te mirara y que tú la miraras a ella”. Era una escena de celos inventada, pero de celos al fin. Eso me puso mas al palo y la samarrié un poco. Ella también estaba caliente y me empezó a tocar y a besar. En un momento, me dio vuelta me puso boca para arriba y se sentó encima de mi barriga. Me tiraba cachetadas a la cara. Y me decía: “Eres mió, putito. Sabes bien, que eres mio y no te pienso entregar a nadie, putito”. Refregaba su cola sobre mi pija, que estaba parada, dura y poderosa. Y volvía a tirarme cachetadas a la cara. Y me dejaba y no respondía. Ella puso una rodilla sobre la cama a cada uno de mis lados y vino sobre mí. Yo me bajé y fui a chuparle la conchita. Le tiraba lenguetazos, pero no le pasaba la lengua firme. Sabía que eso la excitaba mas. “Chupala bien, putito. Chupala con ganas, putito”, me decía. Pero yo repetía los lenguetazos desde lejos. Y ella apoyó toda su concha sobre mi cara y presionaba hacia abajo, para no dejarme liberar. Ahí si, la empece a chupar y pasarle la lengua por la rayita, para luego meterla hasta el clítoris. Con mis manos extendidas busque sus tetas y también sus nalgas, pero no dejaba de chuparla.

Pero me fui más abajo, y me liberé de su presión. Y dándome vuelta, la empujé a ella para adelante. Quedando acostada boca abajo. Yo me arrodillé entre sus piernas abiertas y largue chirlos sobre sus nalgas. Pegué una y otra vez, con los dedos extendidos de mi mano, en una suerte de revés. “Ay, ay”, dijo ella. Y lo repetí un par de veces mas. “Ay, puto, no me pegues más”. Me estiré hacia la mesa de luz y sin prender la lámpara, abrí el cajón. Busque con mi mano y tomé un pomo. Lo traje hacia mi y lo abrí. Me puse sobre los dedos indice y mayor y me lo extendí con la otra mano. Dejé el pomo a un lado. Le abrí más las piernas y le dije: “levantá la cola, putita, levántala más”. Y ella lo hizo. Busqué su anito, y empece a mojarlo con mis dedos untados. Lo fui recorriendo todo por fue y luego la empecé a penetrar con mis dedos, tratando de mojar las paredes de su culito. Llevé los dedos a mi boca y los cargué de saliva. Y volví con ellos a culo de mi hermana. Una vez mas, chirlé sus nalgas. Ella se apoyó en sus rodillas y se puso en cuatro patas. “Me dijiste que este culito era mio, verdad”. “Si, amor. Cógeme, hazme tuya, cógeme amor, por favor”.

Mi pija parecía que iba a explotar. Y yo la agarre bien firme y la llevé a su hoyito, que estaba los suficientemente untado con gel. Puse la cabeza y empece a presionar. Metía y sacaba y volvía a meter. La agarré bien de las caderas. Cuando yo presionaba, ella hacia fuerza contraria, a la vez que abría el culito. Entró toda la cabeza y volvió a salir. Estaba a punto de cogerme un culo que había añorado desde la adolescencia, hacía 4, 5, 6 o 7 años. Fui una vez, mas y otra y la sacaba. La pija ya entra un poco más y un poco mejor. El gel ya estaba lo suficientemente desparramado. Y la agarre bien de las cadera y fui con todo. Traspasé el primer anillo y mi pija entro toda. “Ayyyy”, dijo mi hermana. La cabeza se hizo mas fina y volvió a expandirse. Yo pegué mi pecho a su espalda y llevé mis manos de las caderas a sus tetas. Ya toda mi pija estaba adentro. Le di besitos en la espalda y toque mucho las tetas. Empece a moverme, sacar y ponerla. Ella acompañaba con su cuerpo y su culo, en sentido contrario. Largó un par de “Ay”, mas. “Te duele?”, le pregunté. “Seguí”, me respondió. “Cogeme, amor, cogeme”. Y yo seguí cogiéndola. La acariciaba toda, su tetas, sus caderas, su pancita, su espalda. “Te amo, hermanito. Me estás haciendo muy feliz. Te amo, amor”, dijo Silvia. “Yo te amo mas, hermana. Te amo, amor. Te amo, hermosa putita mía”. Seguimos cogiendo, mas y mas fuerte, hasta que acabé. Un largo, tibio y abundante chorro de leche, llenó aquella cavidad. Ella volvió a decir “Ay”, pero ya no era de dolor, sino de placer. “Ay, ay, ay, que maravilloso. Como te quiero, mi amor”, me dijo.

Yo me moví un poco mas. Y noté como salían un par de chorros de leche, de menor volumen, pero de igual o mayor tibieza. Sus piernas, sobre todo sus muslos, siempre apoyados sobre sus rodillas, temblaban. Su cuerpo se cubrió de un sudor frío. Me asusté y le pregunté: “Estás bien, amor? Estás bien, hermanita?”. “Nunca estuve mejor. Y si estuve, no lo recuerdo”. Yo saqué la pija de su culito y ella se tiró sobre la cama. Y casi de inmediato, yo me acosté sobre ella, pegando mi pecho con su espalda. Besé su cuello por detrás. Y le hablé al oído. “Te amo, hermanita”. Ella tenía la cara apoyada sobre la cama. Torció la cabeza y la cara se hizo a un costado. Y murmuró: “Te amo, yo a ti”. Yo fui a buscar su mejilla, primero y su boca después. Y a ambas, las besé. Y ella volvió a murmurar: “Sabes una cosa?”. “No, decime”, le respondí. “Era virgen. Nunca me habían hecho la cola. Nunca me anime. Y nunca lo dejé a Jorge”. Yo le dije: “Te amo, amor. Te amo, infinitamente.” Y me quedé sobre ella, llenándola de caricias. Y ella me volvió a murmurar: “Llévame a la ducha, amor. Llévame y duchame, por favor”. Un sudor frio, la cubría totalmente. La cargué en mis brazos, la llevé y la senté sobre el inodoro.

Entré a la ducha, abri el agua, la puse caliente, luego tibia. Y vine por ella. Estaba totalmente relajada, pero no borracha. Tal vez unas copas más que lo habitual, pero era total y plenamente consciente. Juntos y abrazados nos quedamos unos minutos bajo la ducha. No nos pasamos ni jabón, ni gel, ni nada. Solo recorrimos nuestros cuerpos con las manos del otro. Cerré la ducha y extendí las manos para tomar las toallas. La cubrí con una y la empecé a secar. Hice lo mismo conmigo. Me cubrí con la toalla y me sequé. Fui de nuevo por mi hermana, la tomé en mis brazos y la llevé a la cama. Abrí las sábanas y las mantas. La acosté, la tapé y me metí con ella. Nos abrazamos y una vez mas, nos volvimos a dormir pegados el uno al otro.
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