Mi terna insolita.

FECHA: 9/30/2014
En un libro de divulgación científica leí que existen unas aves - gaviotas comedoras de ostras – que son normalmente monógamas, ambos sexos, se portan bien y cuidan de sus pollitos y de su territorio, pero puede suceder que en los alrededores del nido aparezca alguna intrigante que quiera llevarse el macho. Ahí se arma y las dos hembras se picotean y se tiran de las plumas largo y tendido. Los desenlaces, que se dan, son tres:
- La intrusa se retira,
- La legítima, desamorada, abandona el marido o
- A veces, cuando no se sacan ventaja y está claro que la pelea será empate, ellas (que comen ostras pero no vidrio) se hacen amigas, comparten el macho y colaboran en cuidar de la familia comedora de ostras. Él se da la gran vida, sexual.Con Mabel y nuestros dos hijitos ocupamos un departamento en el decimosegundo piso de un edificio en Buenos Aires. En otro, del cuarto piso, vino a vivir Florencia, divorciada, sin hijos.
Las edades de los tres están en la franja de los 35 a 39 años. Las dos, brillan con luz propia: son espigadas, muy bien parecidas y agraciadas. Apetecibles para cualquier mortal masculino y yo no soy la excepción.

En lo que a mi concierne no me incluyo entre los “machos más llamativos” pero cuento con 1,85 m. de estatura, una buena constitución física (con ayuda de prácticas de natación y gimnasia) y, quizás, buena constitución genética, digo, porque no me va mal con las mujeres y ellas, hembras al fin, como aseguran los que saben de naturaleza, se inclinan por los machos con buenos genes.
Nuestras dietas no son a base de ostras. Nos agradan los frutos de mar pero, aunque no son de origen marino, mucho más me encantan las “almejas” de las dos chicas y, a ellas, les gusta retozar con mi “abadejo”.

Cuando descubrieron que compartían la afición por el mismo “pececito” hubo riña, porfía, histeria, entre ellas y conmigo, por lo anómalo del triángulo. Fueron largos días duros de sobrellevar hasta que, por iniciativa de Mabel (por lo menos ella fue la que me lo explicitó) llegamos a un “pacto de no agresión y convivencia”. Un buen día (alabado sea ese día) suavizó su trato conmigo, me provocó y nos trenzamos como en los mejores tiempos.
A un cierto punto de los juegos eróticos previos, puso fin a los mismos, de manera imperiosa:
- La quiero toda adentro,…hijo de puta…..fifón…..- obediente, la acomodé, me acomodé, y empujé a lo bruto; se quejó, gimió:
-¡Ahhhiiii!!! Asíiii….toda…fuerte. ¡Ahhh!, así…- ella meneó las caderas y le entró toda. Se amacó suave, y comenzó a cogerme. La dejé, un rato, que coja. Después tomé la posta y le dí para que tenga y guarde.
-..decime en quien pensas…hijo de puta…decime…- me decía en la oreja entre gemidos y suspiros.
-..en lo buena que estás….como vos no hay dos…..- le replicaba en la suya.

El polvo terminó a toda orquesta, en una cantata a dos voces,
En la charla post-acción:
-…estuvo bueno volver a coger con vos después de tanto tiempo…¿Vos que decís? –
- Me re-gustó. Te extrañé un montón desde que te pusiste histérica…- le respondí y no faltaba a la verdad.
- mirá.…escúchame bien….yo cambie mi modo de pensar....vos cométela a Florencia cuando les de las ganas a los dos…yo….yo cuando cuadre voy tener una, más de una, seguro, relación sexual pasajera, informal o duradera con alguien o “alguien-es”….y voy a fifar a lo grande…..y vos te la vas a bancar como un señorito…..-

Me agarró de sorpresa, me esperaba, de Mabel después de la cogida, un planteo de “amnistía” bajo promesa de no volver a reincidir.
De Florencia, a lo sumo, presentía, ante “el retorno a la normalidad conyugal”, una propuesta de seguir viéndonos lejos de casa y discretamente.
Imaginaba que Florencia y Mabel dejarían de frecuentarse.
Nada de lo anterior sucedió. No se me ocurre como llegaron al “armisticio”. Las dos se visitan (no es raro que Florencia quede al cuidado de los nenes para que Mabel pueda salir “sola”) y yo, igual que el macho gaviota, disfruto de las dos.

Falta que relate como nos relacionamos Florencia y yo.
Nada para inspirar una novela de TV.
Nos encontrábamos, de casualidad los primeros tiempos, en el ascensor (tenemos horarios de oficina similares) por las mañanas, temprano, casi exclusivamente solos los dos. La primera impresión, se sabe, cuenta mucho y Florencia, además de curvas y lindas facciones, tiene el don de elegir vestuarios que le sientan y resaltan sus atributos. Además usa colonias francesas.

Con el correr de los días, cada vez más frecuentemente el ascensor paraba en el 4to piso y subía ella. Me pareció obvio que, esperaba en su piso, que el visor le mostrase que el ascensor paraba en el 12vo para pulsar el botón de llamada y provocar el encuentro mañanero. No estaba equivocado.
En el mientras tanto, Florencia y Mabel se conocieron y entablaron una relación, si no de amistad, de buena vecindad.
Volviendo al tempranero trayecto descendente en ascensor, del inicial intercambio de saludos, las charlas banales y generalidades posteriores, pasamos a conversaciones intencionadas, ardientes y, por fin, a la invitación a tomar un cafecito juntos a la salida del trabajo.

El primer encuentro íntimo lo tuvimos en un hotel. Ambos quedamos más que complacidos, arrebatados, con los sentidos cautivados por el festival de deleite sexual.
Sin dudas hubo y hay química entre nosotros o, en buen romance, me agrada y le agrada, mucho, juntarnos y tener sexo.
Al inaugural, le siguieron otros, varios, episodios con despliegue ilícito y apetito desordenado de placeres carnales, en ese y otros hoteles.
A partir de un día, por exceso de confianza, cambiamos los hoteles por su departamento en el 4to. Piso. La cosa funcionó un tiempo sin que nos diésemos cuenta que, el llegar juntos y que el ascensor se detenía en su piso y no seguía subiendo, llamó la atención del encargado y/o su mujer.

Yo tenía un trato ríspido con ellos, por distintos motivos. Se vengaron desasnando a Mabel que, por supuesto, reaccionó,
Durante el conflicto, al encontrarme con el o la encargada del edificio, tenía que tolerar sus miradas, sobradoras, del tipo “te la mandamos a guardar”.
Ahora me divierte leer en sus ojos, perplejidad y censura.

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