Viaje a Tailandia

FECHA: 11/30/2013

Lo decían los Planetas en aquella canción, “…si te esfuerzas, puedes desaparecer…”


La verdad, tenía ganas de desaparecer. Si, estaba viviendo una época curiosa con Luna. Nunca había disfrutado del sexo como lo hacia con aquella mujer, pero no estaba bien. Necesitaba desaparecer por un tiempo. Era la vida que giraba alrededor de mi relación con Luna lo que me pesaba. Además, no sabía donde se dirigía dicha relación. No me veía saliendo en firme con una mujer que no era mujer y contándoselo a mis padres.


Me acaban de despedir de mi trabajo. No estaba a gusto en esa fábrica. Demasiada tensión, estrés o como queráis llamarlo, pero mi cuerpo empezó a acusar dicha tensión y las bajas se sucedían mes tras mes. La empresa lo tomó como un deseo de ser despedido y eso hicieron. Me dieron lo que me correspondía y conseguí un buen colchón de euros. Use parte de ese dinero para financiarme un buen viaje al país que llevaba años queriendo visitar, Tailandia.


No me voy a inventar ninguna historia ficticia (bastante hay ya que contar), que pudiese haber ocurrido en el avión o de camino, pues hice una larga escala en Franckfurt.


Aterricé en Pucket, una gran ciudad como otra cualquiera en Tailandia. Pero para mi que era nuevo en el país, supuso un choque para mis sentidos. La gente habla del impacto cultural, pero lo primero que se aprecia cuando vas a una cultura tan distinta, es el olor, la temperatura, la humedad, los colores, etc…


No pasé mucho tiempo en Pucket. Pronto salí hacia el sur, evitando las islas más turísticas y terminé en Kravi. Ciudad que recomiendo a todo el que visite el país. El mercado nocturno de comida es espectacular. Fue allí en esa ciudad donde me dí cuenta de la cantidad de oferta sexual que se respiraba en el país. Quizá no es tan pronunciada como en el norte o la capital, pero desde luego se hace notar.


Me alojé en un albergue más bien modesto aunque muy cuco, en una calle tranquila de la ciudad. Algunos garitos y pubs pillaban de camino al centro. Comencé buscando en mi guía de viaje los sitios más interesantes que ver; Templos, mercados, playas…Bueno lo de ir a las playas no funcionó por la época que elegí para visitar Tailandia. Al segundo día de estar en Kravi visitando la ciudad en si, decidí darme uno de los muchos masajes que me di a lo largo de las vacaciones. Escogí un lugar cerca del hostel, más por comodidad que por otra cosa.


Un sitio mixto con peluquería, manicura y masajes como muchos otros. Un hombre mi misma edad (unos 30), me recibió y me atendió con pocas palabras, pues imagino que no hablaría mucho inglés. Me hizo una seña para que le siguiese. Subí al piso de arriba y entré en una habitación con compartimentos separados por cortinas, todas abiertas. Pasamos al último y más iluminado por una ventana cercana.


Me dejaron una camisa y un pantalón para cambiarme. A los dos minutos el hombre regresó y me pidió que me tumbase todo con gestos. Trajo consigo una par de botes. El muchacho empezó por las piernas. Aceite de coco abundante para no hacer daño con los pelos. Me relajé mucho y disfruté de lo que me hacían. Cambiaba de las piernas a la espalda, lo cual era inusual, pero placentero. Se centró un rato en los muslos, los cuales recorría con sus manos de arriba a abajo. No sé si fue la primera vez la que me di cuenta pero hubo un momento que cada vez que subía sus manos me rozaba un poco los testículos. Yo lo notaba, pero era tan leve que dudo que el se diese cuenta. Me gustaba. No me planteé que el fuera un hombre, ni que lo estuviese haciendo adrede, estaba demasiado centrado en el masaje y me estaba gustando mucho. Tras unos minutos me dijo con un gesto que me quitase la camiseta. Se centró entonces en un muslo. Cada vez que subía me tocaba un huevo. Yo por mi parte recuerdo tener un poco de vergüenza y pensé que no se me debía poner dura, sobre todo por respeto al profesional. Yo lo miraba como podía puesto que estaba boca abajo y el me sonreía. Cambió de pierna y con un gesto que no entendí echo mano a mi paquete y lo cambio de lado. Sonrió de nuevo y sin más comenzó a darme el mismo masaje en la otra pierna. Cada vez rozaba más mis testículos. Yo no decía nada entre otras cosas porque me estaba gustando, aunque me daba vergüenza que se me pusiese dura, así que estaba concentrado en ello, cuando el masajista con otro gesto, como si le estorbasen me pidió que me quitase también los pantalones. Así lo hice, con dudas, puesto que no lo esperaba. Ya en calzones, reanudó el masaje con el mismo rozamiento de huevos. Me estaba excitando. La verdad, lo hacía muy bien y me acariciaba toda la pierna. El aceite ayudaba a que se sintiese un mejor tacto. El hombre continuaba masajeando los muslos y en ocasiones mis glúteos metiendo un poco sus manos por debajo de mis calzoncillos. Sus roces con mi entrepierna se incrementaron en numero e intensidad. Noté como agarraba la goma de mi bóxer y tiraba de ella para abajo. Levanté un poco la cadera y me quitó mi ropa interior. Ya estaba desnudo. Sin remilgos se fue directamente a masajear mis glúteos de una manera entre profesional y sensual. Me estaba excitando. Llegado un punto deslizó un par de veces la mano por mi ano y al ver que yo no reaccionaba negativamente lo hizo de forma más marcada. Poniendo un poco más de aceite. Así estuvo un poco, hasta que me tocó un hombro y son la misma sonrisa que me recibió, me pidió que me diese la vuelta. Un poco avergonzado lo hice y se hizo visible el motivo de mi vergüenza, pues mi polla ya estaba semi-erecta. Claro que razonando un poco en el momento, pensé: “El sabe que me está tocando, no esperará que no reaccione, ¿no?”, así que me acomodé. Él, con una sonrisa un poco más cómplice comenzó a masajearme los muslos por la parte de arriba, claro. Cada vez que subía sus dedos se deslizaban por mi ingle y yo respiraba al compás de los vaivenes. Poco a poco, me fue tocando más y más hasta que el masaje lo daba directamente en mis testículos. Con gesto como si lo hiciese todos los días, cogió el bote de aceite y me echó un poco en la polla que se escurrió hasta mi ano, pasando por los huevos. Dejó el bote y lo extendió todo por mi rabo, huevos y ano. A mi me arrancó un gemido, al cual contestó con una sonrisa, queriendo decir algo como “lo sé, se siente bien, ¿verdad?”. En ese momento se pasó por mi cabeza si se estaría aprovechando de mi, pero si era así no tenía yo ninguna queja. El masaje de ahí en adelante se concentró en mis partes, vamos que me estaba masturbando. Bueno, no. No sólo era eso, porque los estaba haciendo tan sensual que no parecía algo sexual, sino más bien relajante, pero la paja me la estaba haciendo. Mis dudas que tuve al llegar de si sería gay, quedaron confirmadas. Tonterías aparte, disfrute de la paja. Una paja increíble. Con una mano que nunca separaba de mi polla me masturbaba y con la otra jugaba a acariciarme los huevos, acariciarme el perineo, rozar mi ano incluso meter la puntita de su dedo a lo cual no me negué, por supuesto. Yo sabiéndome sólo en la habitación con él, no dejaba de gemir, no muy alto pero no me corté. El me acariciaba la tripa, mis muslo, regresaba a los huevo pero siempre sin soltar mi verga y sin cesar en el sube y baja de la mano que me la asía.


Jugó mucho con mi ano. Metió lentamente su dedo. La puntita, un poco más…masajenado el interior de mi culo, como si de una vagina se tratase. Mi polla iba a estallar. Jugaba con lo poco de dedo que instrucción en mi culo e incrementó la intensidad de la paja. No tardo mucho en llegarme el orgasmo…Y que orgasmo!! Hasta el mismo puso cara de asombro de la cantidad de semen y la intensidad del orgasmo que me provocó. El semen fluía como de un volcán manchando mi tripa, sus manos e incluso su camisa.


Me limpió con una toallita cuando hube terminado del todo. Lentamente como si de algo cotidiano se tratase. Con un gesto me indicó que me relajase. Y derramando unas gotas más de aceite en mi vientre, termino el masaje que había empezado hacia ya casi una hora. Con movimientos suaves me acarició todo el cuerpo, ya sin reparos. De vez en cuando pasaba sus manos por mi verga ya fláccida, pero sobre todo mi pecho, cuello y cara. Creo que hasta me quedé dormido por unos minutos. Abrí los ojos y allí estaba él, sonriendo. Me señaló mi ropa y me dejó a solas para que me vistiese.


Al salir me despidió como si el masaje hubiese sido de lo más normal. Ahora si podía apreciar el tono gay de sus gestos. ¿Sería normal en ese sitio ese tipo de masajes? No lo sé. Lo que si supe en ese momento es que regresaría a por otro masaje como ese.

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