Una mañana perezosa de verano

FECHA: 8/10/2013

La luz se colaba perezosa por los agujeros de la persiana a medio bajar, dibujando caprichosas formas en tu cuerpo desnudo tumbado a mi lado. Era un día caluroso de verano, de estos en los que habíamos dejado la ventana abierta durante la noche para que entrase algo de fresco, y aun así podía ver pequeñas perlas de sudor que jugueteaban caprichosas con la luz en el hueco entre la clavícula y el cuello, donde tanto me gusta hundir mis labios para besarte.

No sé cuánto tiempo llevaba despierto viendo el espectáculo que inconscientemente me ofrecías, pero en un momento dado murmuraste en voz bajita entre sueños, volviendo tu cabeza hacia mi y dejando tus labios a 10 centímetros de los míos. Fui a besarte, pero cambié de idea. Me levanté sigilosamente de la cama, procurando no mover mucho el colchón para no despertarte, cogí la botella de agua que dejamos siempre junto a la cama y le di un pequeño sorbo para humedecer mis labios y mi boca.

Luego dejé la botella en el suelo y me tumbé en la cama de nuevo, deslizando mi torso entre tus piernas entreabiertas al dormir bocarriba. Estabas preciosa vista desde esa perspectiva, tan inocentemente inconsciente del dulce despertar que te esperaba. Empecé a besar tus muslos, acariciando sólo con mis labios entreabiertos, dejando mis manos reposar en tus caderas. Moviste la cabeza ligeramente, pero todavía seguías dormida. A medida que comencé a deslizar mis labios por tu muslo, con mi lengua dejando un pequeño rastro húmedo tras de sí, te fuiste despertando poco a poco.

Cuando llegué a tu ingle, noté cómo tus manos se posaban suavemente en mi pelo. Levanté la vista y ahí estabas, con una sonrisa mirándome traviesa desde arriba. Sin decir nada, tan sólo con un ligero giro de tus manos, volviste a dirigir mi atención y la de mi lengua a tu cuerpo. Rozando ligeramente mis labios por tus ingles, podía notar como te ibas humedeciendo poco a poco. Con mis manos separé lentamente tus labios mayores, justo a tiempo para ver como una pequeña gota de flujo se deslizaba de tu entrada a tu perineo. La recogí con la lengua y un estremecimiento te recorrió, lo pude notar cuando tus manos se crisparon entre mi pelo. Podía notar tu piel palpitante bajo mi lengua, la deslicé por tu entrada, pasando entre los labios menores y mayores hasta llegar a tu clítoris. Lo envolví con mis labios, succionando un poco, un pequeño suspiro escapó de tus labios. Sigue… me dijiste, mientras tus manos hacían fuerza en un intento imposible de acercar más mi cara a tu cuerpo. Me chupé el pulgar y lo deslicé justo debajo de donde estaba jugando mi lengua, entre tu clítoris y la entrada. Coloqué el resto de mis dedos entre tus nalgas, de forma que pudieras sentir mi pulgar a punto de penetrar en tu interior y al mismo tiempo el resto de mi mano en contacto con tu perineo, atrapada entre tus nalgas. Aumentaste la presión de tus manos y yo aumenté la succión al mismo tiempo que mi pulgar se perdió en tu interior. Entrando y saliendo lentamente al principio, más rápido después… no pudiste aguantar más. Tus muslos se cerraron instintivamente al llegar al orgasmo, atrapándome entre ellos.

Mientras recuperabas el aliento aproveché para lamer tu humedecida entrepierna y subir a besarte. Tus labios atraparon los míos, ansiosos, y nuestras lenguas se entrelazaron mientras con tu mano tomaste mi pene para restregarlo por tu entrada. Cómo me encanta sentir tu humedad palpitante rozando mi glande. De repente paraste el movimiento y aproveché para acercar nuestras caderas, penetrándote lentamente, centímetro a centímetro, suspiro a suspiro. Tus manos se agarraron a mi espalda, dejando marcadas las uñas mientras tus piernas rodeaban mi cintura.

No sé cuánto tiempo estuvimos así, con tu boca besando mi cuello ansiosa hasta que al final rodaste sobre mi, quedándote encima y cogiendo mis muñecas con tus manos las llevaste por encima de mi cabeza. A ver cuánto me aguantas ahora que llevo yo el ritmo… me dijiste con esa voz ronca cargada de sexo que se te pone cuando estás excitada a más no poder.

Era increíble, te movías de forma bestial, sacándotela prácticamente toda para después empalarte de golpe con un solo gesto de tus caderas. Sin avisar, echaste tu cuerpo hacia atrás, apoyándote con los brazos a los lados de mis piernas. Podía sentir perfectamente las paredes de tu vagina rodeando mi erección, notar cada movimiento, cada roce… y a juzgar por tu cara tú debiste de notar lo mismo, pues empezaste a acelerar el ritmo hasta que pude notar tus contracciones a lo largo de mi pene, tan fuertes que parecían querer succionarlo. No pude más, eyaculé en tu interior, justo cuando caíste desmadejada en la cama, presa del orgasmo y el cansancio.

Recuerdo que te arrastraste a mi lado, acurrucándote y abrazando mi cuerpo con tus piernas, como si quisieras impedir que escapara. Y nos quedamos dormidos en esa posición.

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