Un encuentro casual

FECHA: 8/10/2013

La oficina había quedado solitaria. Abrazados fuertemente, sus manos recorrían lentamente las curvas de su cuerpo. Cristina sentía la protuberancia del pene presionando sobre su vientre mientras las manos de Daniel se deslizaban lentamente recorriendo su culo, acercándola firmemente contra el cuerpo del hombre que le tenía atrapada entre sus brazos.

Ella no dejaba de acariciar la cabellera mientras sus bocas se unían en una largo y profundo beso.
Podía sentir la presión del pecho masculino contra su cuerpo. Poco a poco, los dedos de sus manos se deslizaron por detrás y comenzaron a levantar la falda lentamente. El hombre acariciaba sus piernas suavemente mientras sentía un sonido ronco y extremadamente bajo que vibraba desde su pecho.

Separó un poco su cuerpo y mientras seguía besándole, comenzó a desabotonar la blusa. Fuera los botones, deslizó la tela por detrás de sus hombros, dejándole caer suavemente en el piso. Rodeándole con sus brazos, desabrochó el sostén quitándoselo para acariciarle los senos. Pudo sentir un escalofrío recorriéndole la espalda.

Nunca había estado tan excitada como ahora. El juego de seducción había ido más allá de todo cálculo previo y ahora disfrutaban de un paréntesis en sus vidas, dejando abierta la puerta de la lujuria que ahora les consumía por completo.

Deseaba sentir al hombre dentro de sí, la sensación de penetración y el deslizar violento del pene dentro de su vagina. Anhelaba sentir el semen caliente dentro de sí.

No pensaba demasiado en su novio, a decir verdad, las cosas no iban del todo bien. Por la forma en que reaccionaba, tampoco Daniel pensaba en su mujer. Y era mejor, al sentir la gran erección que el hombre sostenía y que a esta altura de la noche, ya no podía controlar.

Le gustaba la reacción del hombre. Había comenzado suavemente, pero el tenor de las caricias había ido en aumento y cuando casi estaban listos para terminar el juego previo, todo parecía que iba a desarrollarse algo rudo, tal como le gustaba a Cristina.

Hoy tenía deseos de ser avasallada por Daniel. La mezcla de pasión y rudeza que demostraba en esos momentos, no hacía más que excitarla todavía más. Notaba como estaba mojando su ropa interior y cuando los dedos del hombre se deslizaban por su entrepierna, con un movimiento rápido de sus muslos, apretaba esos dedos para poder sentirlos fuertes y decididos contra su sexo.

Mientras el hombre le desnudaba, Cristina desabotonó los pantalones decididamente y cuando terminó de bajarlos, acarició los testículos y el erecto pene que parecían a punto de explotar atrapados en el boxer. De un reojo pudo ver que el boxer verde claro marcaba al pene y los testículos con una silueta fuertemente definida. Con sus manos recorrió desde los testículos hasta el glande y notó que la tela del boxer estaba mojada por el líquido seminal que su amante derramaba en esos momentos de excitación.

No esperó demasiado para deslizar la prenda hacia abajo y liberar el sexo. Sus manos acariciaron el escroto y pudo notar unos testículos grandes y una piel suave. Le gustó saber que Daniel se depilaba, dejando apenas una mata de pelo rodeando al pene. Crsitina se excitó más pensando que sería una buena experiencia mamarle la verga sin tener que lidiar con pelos demasiado largos. No le importaba algo de pelo, pero le gustaba que sus hombres no fueran descuidados en ese aspecto. No le gustaba atragantarse con un vello púbico.

Daniel mientras tanto, le estaba chupando el pezón derecho. Le tenía dentro de su boca y la succión era tan fuerte, que podía sentir como el pezón erecto le tiraba mezclando una sensación suave de presión y dolor con la excitación que la mamada le producía. Ella no dejaba de acariciarle. Sus manos deslizaban por el pecho varonil. Su cuerpo, con apenas algunos vellos, le resultaba cada vez más fascinante. Era la primera vez que le veía el torso desnudo y lo que vió no pudo complacerle más. Sin ser un musculoso de gimnasio, Daniel tenía un cuerpo muy bien conservado. Sin barriga, sin rollos, con brazos bien torneados, él no representaba la edad que tenía. A Cristina le fascinaban los hombres maduros, de esos que tienen el cabello entrecano. Ese era parte del problema con su novio, que era de su misma edad. Los hombres jóvenes tenían demasiadas inseguridades, estaban demasiado pendientes de ella misma y de sus actividades. Le gustaba la calma y madurez de los hombres con experiencia.

Cuando él dejó de chuparle las tetas, ya ambos estaban desnudos. Cristina no pudo aguantar más, se arrodilló y sin ningún preámbulo metió la polla en su boca. La sensasión de sentir el pene con su lengua mientras apretaba el tronco con sus labios, le excitó. El hombre reaccionó tomando su cabeza entre sus manos, entretejiendo los dedos en su cabello.

Daniel no presionó su cabeza como solía hacerlo su novio y agradeció por ese gesto. Su novio solía tomar su cabeza y bombearle la polla fuertemente en la boca, tanto así que a veces le provocaba arcadas al penetrarle profundamente la boca. Su amante era totalmente distinto. Le sujetaba la cabeza pero no le invadía ansiosamente con la verga. Ella podía jugar mordisqueando el glande, recorriendo con la lengua la cabeza. Llevaba la polla bien adentro y los labios se apretaban contra el tronco del pene.

Sacaba el pene de su boca y lo lamía lentamente, llenándolo por completo de saliva. Como estaba depilado, podía pasar la lengua por el escroto jugando con los testículos del hombre que iban de un lado al otro mientras ella los lamía con su lengua.

Mientras tenía la polla en su boca y cuando deslizaba la lengua por la punta, pudo sentir como salían unas gotas de líquido caliente. No es leche, pensó agradecida porque aún quería tener más juego previo antes de terminar. Quería que Daniel le comiera el coño, le chupara los fluidos de su vagina y le metiera la lengua para disfrutar del sexo por completo. Cristina estaba erotizada fuertemente esa noche en particular, y tenía ganas de llenar la cara de Daniel con sus fluidos vaginales, como una reacción animal que sentía emerger y le hacía desear marcar su presa para que quedara impregnado de su íntimo olor vaginal.

Después de mamarle un largo rato la verga, Daniel le tomó por la cabeza y tironeando suavemente, le dio a entender que debía levantarse.

Hizo que Cristina se sentara sobre el escritorio de la oficina con las piernas bien abiertas, muy cerca del borde. Puso sus pies en dos sillas para que pudiera apoyarse cómodamente y se arrodilló frente a ella, como en un acto de plegaria íntimo y religioso. Acercó su boca a la entrepierna, en donde se podían ver los labios menores rojos y turgentes.

A simple vista podía apreciar lo mojado que estaba el coño y cómo brillaba por la cantidad de flujo que se escapaba del sexo. Sin más preámbulo, Daniel sumergió su boca en el sexo de Cristina, y separando los labios menores con la lengua, la introdujo profundamente en el orificio vaginal, disfrutando cada gota del dulce flujo que se apresuraba a tragar.

Cristina no pudo evitar un estremecimiento de excitación, y llevando las manos hacia abajo, tomó la cabeza de Daniel mientras movía la cadera. Esto hizo que el hombre pasara toda la cara por su sexo, empapándolo de  fluido. Su boca, sus mejillas y su frente quedaron brillantes por la viscosa humedad del coño.

El hombre concentró la lengua en el agujero de la vagina, mientras sus manos acariciaban los muslos siguiendo la piel y apretando la carne firmemente. La mujer se estremeció sintiendo cómo un fuego interior le recorría las entrañas, mientras la lengua de su amante se metía una y otra vez.

Por su parte el hombre parecía sorber como un manjar todos los fluidos espesos que de ella emanaban. Cristina había cerrado los ojos para disfrutar de las sensaciones más intensamente, pero de a ratos miraba a Daniel sumergido entre sus piernas y podía ver como movía toda la cara para empaparse en su sexo, lo que le causaba una sensación estremecedora e intensa.

Contraía su periné al ritmo de las lamidas de su amante y se relajaba cuando sentía que la lengua le invadía. De ese modo, podía ofrecer generosamente su raja.

En un momento de relajación, sintió como un chorro de liquido caliente salía expulsado desde su interior y la reacción de Daniel se hizo más intensa al besarle frenéticamente mientras lamía con intensidad inusitada su raja.

La intimidad del momento, el saber que podían ser descubiertos en la oficina, el sabor de lo prohibido que significaba engañar a sus parejas, no hacían más que excitarle y estimularle de tal modo que esta se había convertido en una de las mejores sesiones de sexo que Cristina había experimentado.

Una sensación irresisitible que le abrasaba las entrañas, terminó ganando su pelvis y le ocasionó una intensa contracción. En ese momento, apretó la vagina contra la boca del hombre, mientras una sensación de irrealidad le nublaba la mente, explotando en su cabeza. Un chorro fuertísimo de liquido terminó inundando la boca de Daniel, que se apresuró a tragar mientras parte del líquido se escapaba por la comisura de sus labios.

Cristina fue consciente de que había experimentado el primer orgasmo de la noche. Al contrario de lo que sucedía con su novio, su deseo se incrementó aún más y le rogó a Daniel que le penetrara porque deseaba sentirse llena de esa verga que ahora se le antojaba inmesa y cabezona. Lo quería dentro. Quería la vagina llena de aquel miembro. Quería el semen lechoso y espeso dentro de sí misma. Casi le rogó que le penetrara fuertemente.

Daniel se puso de pie, y apenas acomodando la cabeza del pene en el agujero de la vagina de Cristina, le embistió sin miramientos hasta chocar con su cuello uterino. Cristina emitió un grito mezcla de dolor y placer al mismo tiempo. Sintió como su cuerpo se resisitía a la invasión y cómo la inmensa cabeza le penetraba hasta el fondo. Después de unos instantes de un dolor profundo, la sensación de placer que experimentó fue tan intensa que hizo que el hombre se retirara nuevamente para ordenarle que le embistiera con igual rudeza.

El hombre bombeaba sin miramientos la vagina mientras la mujer se estremecia al sentir el miembro en su interior una y otra vez. Cada vez que le embestía, las estrellas de dolor se mezclaban con placer en un cóctel que Cristina experimentaba por primera vez en su vida.

Cuando Daniel llegaba a tocar su cuello uterino, la mujer estrujaba la piel desnuda de su cuerpo haciendo que la penetración fuera más intensa. Se podía sentir el choque de los dos cuerpos con cada embestida. La mujer estaba enloquecidamente excitada y abrió su boca para tragar la lengua de su amante mientras succionaba fuertemente la lengua de Daniel.

Daniel sacaba el pene hasta dejar sólo la punta de la cabeza y volvía a embestirla metiéndola de golpe para deleite de Cristina. La salvaje vejación continuó por varios minutos en los cuales los amantes perdieron la noción del tiempo, hasta que Cristina le pidó que terminara, porque quería sentir la leche del hombre en su interior.

El amante redobló sus esfuerzos y le pidió a Cristina que le dijera cuando podía eyacular dentro de ella. Cristina esperó hasta último momento, y cuando no pudo aguantar, le pidó fuerte que terminara. Daniel derramó el semen caliente en el momento justo que Cristina terminaba por segunda vez.

Una par de estremecimientos y una última cogida, terminaron el acto y permitieron que sus cuerpos se relajaran. Daniel intentó retirar el pene, pero Cristina le rodeó con sus piernas para darle a entender que siguiera dentro de ella. Se dieron un beso largo, lleno de saliva mientras sus lenguas se entrelazaban en el interior de las bocas.

Con el correr de los minutos, Cristina pudo sentir como la verga de su hombre se relajaba y pasados unos minutos en los que continaban abrazados, el hombre se retiró de la vagina.

Sin decir mucho, se vistieron cuidadosamente y se arreglaron el cabello, que había quedado revuelto y desprolijo.

No importaba demasiado, ya que en el edificio apenas quedaba el encargado de seguridad en la portería. Se abrazaron una vez más y después de un último beso, apagaron la luz de la oficina y salieron del despacho rumbo a sus casas, en donde sus respectivas parejas les esperaban.

Cristina sabía desde ese momento que iba a dejar a su novio para vivir con Daniel.

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