Soy Paula de Buenos Aires, Argentina. A punto de cumplir 26 años, esta historia que cuento es la verdad y nada más que la verdad. No tengo necesidad de andar inventando cosas porque mi vida es muy tranquila. Llevaba (y llevo) cinco años de noviazgo con un chico del cual no tengo nada de que quejarme. Bueno, amable, lindo, simpático y muy pero muy buena persona. No fue mi primer novio, pero sí con el que tuve mi primera vez sexualmente hablando. La pasaba muy bien con él, me daba mucho placer y creo que yo a él, pero hablo en pasado porque este verano pasó algo que me hizo ver las cosas de otra manera.
Mi novio siempre se sintió muy acomplejado con el tamaño de su pene. Siempre me decía cosas como “ojalá la tuviera más grande”, “quiero ser como Sergio” (un amigo que parece ser bastante dotado) y hasta llegó a decirme varias veces que algún día iba a conocer a alguien con un pene grande que me la haría pasar mejor.
La cuestión es que con amigas nos fuimos a pasar quince días a Pinamar, costa argentina. La idea era descansar, playa, tomar sol, mates, dormir mucho y si pintaba la joda, salir a joder. Al ser grupo de cuatro chicas, los pibes no tardan en acercarte a hablar para entrarle al chamuyo. Así fue que uno de los primeros días se nos acercaron unos tarjeteros de un conocido boliche del lugar y se quedaron toda la tarde hablando con nosotras. Quedamos en salir esa noche a bailar.
Omití describirme: pues no soy gran cosa. 1.62, algo rellenita, castaña y de ojos marrones. Cola algo gordita, y algo que enloquece a los hombres, una delantera bastante prominente. A mí me acompleja muchísimo, pero es lo que me tocó y hay que vivir con ello. Se imaginarán que en bikini y en la playa llamo la atención de los cuatro costados. Y así fue como uno de estos tarjeteros, Maxi, de 22 años, muy lindo por cierto, que se quedó hablando conmigo bastante tiempo. Era inevitable que cada dos por tres me mirara las tetas, pero más allá de eso me estaba sintiendo muy bien con él, mucha charla, muchas cosas en común.
Esa noche fuimos con las chicas a bailar. Allí nos esperaban ellos. También eran cuatro, la lógica decía uno para cada una, pero yo era la única que estaba de novia. Pollera y musculosa conformaban mi atuendo. A Maxi no parecía importarle mi “estado civil” ya que siempre me buscaba, me perseguía, me preguntaba cosas de mi novio, etc. Esa noche en el boliche no pasó nada, pero a mí me estaban pasando cosas que nunca había sentido. Por supuesto que la onda siguió en la playa, todos juntos, tomando sol, mates, jugando al truco, boludeando. Ya se empezaban a ver ciertas “ondas” entre alguna de mis amigas y los otros pibes. Y Maxi pegado a mí.
Así fue como hablábamos de todo, la verdad que me caía muy bien, y yo a él. De tanta confianza que logramos con el correr de los días, ya habíamos pasado al tema sexual. Me preguntó de todo, cómo la pasaba con mi novio, qué cosas habíamos hecho y qué no, y hasta cómo venía de tamaño. “Para mí, normal”, le contesté con la misma mesura que le respondía a las otras preguntas. Él se reía y miraba a sus amigos. No entendía por qué.
Pasadas unas noches, fuimos todos juntos de nuevo a bailar. Bailaba muy bien, y me compraba mucho con eso, ya que a mi novio prácticamente nunca le interesó. Me estaba sintiendo rara, muy bien por un lado, rara por otro. En un impasse fui a hablar con mi mejor amiga. Le comenté que me estaba pasando algo: quería tranzármelo. No me importaba que tuviera novio o que fuera más chico. Después de cinco años quería y tenía ganas de probar otra boca. Increíblemente, mi amiga me aprobó. “Dale, andá, no seas tonta”, me decía. “Aprovechá que el pendejo está bárbaro, yo me llevo el secreto a la tumba. Y así fue. Volví adonde estaba él. Seguimos bailando. Y cuando menos me di cuenta, estábamos tranzando. No lo podía creer. Qué sensación. Me encantaba, me hacía falta creo yo. Yo no soy ninguna santita ni nada, siempre supe que algún día le podía llegar a meter los cuernos a mi novio, pero siempre creí que serían besos, a lo sumo una tranza un poquito apasionada. Maxi intentaba meter mano, hombre tenía que ser, pero no no, no quería.
Los días siguientes eran como si fuéramos noviecitos, juntos, pegados, a los besos y a los arrumacos. Mis amigas me veían y no lo podían creer, pero me apoyaban, hasta que llegó la noche: fuimos a bailar. Entre baile y algún traguito, empezamos a transar mal. Empezó a meter mano y yo empecé a ceder, no se porqué. Apretados contra la pared, me tocaba la cola y me metía mano debajo de la pollera, acariciando mi bombacha. Me empujaba contra su cuerpo, y empecé a sentir algo raro, distinto. Era un bulto bastante grande, se sentía muchísimo. Me empezó a besar en el cuello y me puse como loca, me calenté, me desconocía totalmente. Me llevó a los reservados, nos tiramos y seguíamos con la tranza. Soy medio tímida, él me llevó la mano hacia su bulto. Se desabrochó el pantalón, se lo bajó un poquito. “¿Qué hacés?”, le dije. “No, no, paremos”, le insistía. Él me callaba con besos muy lindos. Hasta que la sacó toda y la toqué. IMPRESIONANTE. Era bastante grande, no quise ni mirar. Lo empecé a pajear. Qué estoy haciendo, pensaba por dentro. Pero no reaccionaba, seguía. Le hice la paja bastante rápido, tenía mucha vergüenza. Gracias a Dios acabó rápido y nos cubrimos para que nadie nos viera. Por cierto, no me avisó.
Así siguió al día siguiente y el resto de las vacaciones. Maxi me quería coger a toda costa. Me lo decía todo el tiempo, directa e indirectamente. “Vos no sabés lo que te puedo hacer con esto”, me decía. “Dame una oportunidad, te juro que es esto y nunca nos volvemos a ver”, insistía. “Vos ya sabés lo que pienso”, me decía mi mejor amiga cuando le consultaba sobre esta situación. Yo dudaba, me estaba re zarpando. Pensaba en mi novio y me daba cierta culpa. Pero no sé, un día en el boliche como que perdí la razón y me largué. “Dale, vamos”, le contesté ante su insistencia de ir a al departamento que alquilaban. En el camino íbamos de la mano, yo estaba re nerviosa. Él lo notaba y me abrazaba, me tranquilizaba. Le puse condiciones: nada de sexo oral, nada de cola y solamente un polvo. “OK”, fue lo único que dijo.
Llegamos al depto. Estaban sus amigos, pero se fueron al primer gesto que él les hizo. Fuimos a la habitación. Yo estaba de pollera y una remerita. Nos empezamos a besar, metió mano rápido y me dejó en corpiño. Como adoraba mis tetas, empezó a masajearlas, me sacó el corpiño y me las chupó divinamente. Me tiró en la cama, siguió chupándomelas y bajó lentamente su mano. Pasó por debajo de la pollera y me fue sacando la bombacha. Empezó a bajar con la boca, sabía adonde iba, pero me daba cosa dejarlo hacer eso. Pero cedí, me chupó la concha de una manera espectacular, nunca antes sentida, me mojé rápidamente. De golpe, sentí el ruido que se bajaba el cierre. La quería ver. Y la vi. “¿Te gusta? 23 cm para vos”, me dijo. Era terrible, enorme, “¿me bancaré eso yo?”, pensaba por dentro. No se la chupé, me pareció muy zarpado hacerlo, más de lo que ya estaba haciendo. Él ya estaba a full, se puso el forro y accedió a meterla. “Despacito, despacito”, le rogaba. Se sentía que me mataba, me partía al medio, quería cortarla, pero quería seguir, y él también. Empezó despacito a meterla y al poco tiempo me dice: “ya la tenés toda adentro”. No lo podía creer, me la banqué. Empezó a darme despacio y al toque aceleró, fuertísimo me cogía, rapidísimo. Mis tetas se bamboleaban para todos lados. No podía aguantarme los gemidos, que ya eran gritos. Me cogió así 20 minutos sin parar, sin cansarse, él arriba mío dándome fuerte. Me tocaba las tetas al mismo tiempo, era placer puro.
Pasada la media hora, el seguía cogiéndome. En un momento le rogué: “Maxi, acabá por favor que me estás matando”. Juro que se me salió una lágrima de dolor. Dolía mucho, pero cómo me gustaba. Dicho y hecho, al poco tiempo acabó, dentro mío, pero con preservativo. Esa fue la mejor cogida de mi vida, indescriptible el placer que sentí esa noche.
Igualmente la cosa no terminó ahí. Tan satisfecha quedé que dejé que hiciera lo que quisiera conmigo. En principio iba a ser un solo polvo, pero rápidamente cambié de opinión. Maxi esa noche me regaló 5 ofrendas, todas muy lindas, pero ninguna como la primera. La imagen de su enorme pija y mis grandes tetas haciendo la turca era de un morbo impresionante. Me cogió de parada, algo que nunca había hecho: yo parada, apoyada contra la pared, y él de espaldas a mí, parado, con las manos atrás de la nuca, en posición bien canchera, cogiéndome. Me agarraba de atrás las tetas y me besaba mientras me cogía, único.
Mi novio nunca me había podido echar cinco polvos en todo este tiempo juntos. Yo creí que con él la pasaba bien, pero con el tiempo me di cuenta que tenía razón…
Mi Novio tenia razón, 4.5 out of 5 based on 2 ratings
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