Erika lleva varios años limpiando mi casa. Viene un par de veces a la semana y se encarga de mantener la suciedad a raya. Pasa la aspiradora, hace la colada, plancha, etc. Mi pareja y yo estamos encantados con ella.
Erika vino de Ecuador a España ya que en su país tenía muchas dificultades a la hora de conseguir trabajo. En España al menos lo encontró. Quizás hacer las labores del hogar no fuera el sueño dorado de su vida, pero hay que reconocer que de todas las chicas de la limpieza que he tenido es la mejor con diferencia, y necesita el dinero para enviárselo a su familia y a sus hijos.
Erika tiene alrededor de 40 años, unos 10 más que yo. Unos rasgos marcadamente latinoamericanos, con un acento acorde y un cuerpo fuerte con unos cuantos kilos de más. Personalmente se me hacía una mujer muy atractiva, siempre llegaba a trabajar perfectamente arreglada, dejando el olor de su perfume por toda mi casa, haciéndome recordarla cuando se iba. La admiraba por su valentía, había tenido que ser duro dejar a sus hijos atrás, y en cambio no había perdido un ápice de simpatía.
Cuando ella venía a limpiar yo habitualmente estaba en casa. Intentaba siempre tomar un café en la cocina con ella, charlar unos minutos. Lo cierto es que yo no perdía ocasión para agasajarla, diciéndole lo guapa que estaba, lo bien que olía… aunque nunca pasaba de ahí. No quería que se sintiera comprometida, simplemente eran un par de piropos inocentes.
Poco a poco, esa admiración se fue convirtiendo en una especie de obsesión por mi parte. Quizás obsesión sea una palabra exagerada, pero estaba claro que Erika empezaba a ocupar gran parte de mis pensamientos. La admiraba y la deseaba. Quizás eso fue lo que me llevó a regalarle un sexy disfraz de criada francesa a mi novia. Un disfraz que, convenientemente, cogí alguna talla más grande para poder ponérmelo yo en mi intimidad.
Así, me ponía el disfraz cuando estaba solo en casa y emulaba a Erika. Hacía la colada, planchaba, ponía la aspiradora, etc. Erika me decía que la casa estaba cada vez más limpia, bromeaba diciendo que como siguiera así se iba a quedar sin trabajo. Ella sabía que yo cada día me preocupaba más por la casa, pero no sabía que aquello era fruto de mi admiración por ella y menos aún las prendas que utilizaba para las labores del hogar.
Pero un día Erika llegó antes de la hora. Un buen rato antes. Yo estaba pasando la aspiradora y no la escuché entrar. Os podéis imaginar el cuadro. Yo, vestido de criada, maquillado y aspiradora en mano, haciendo lo que le pagaba a ella por hacer. Ella se quedó mirando, atónita. Poner una excusa hubiera sido una tontería. Era evidente que estaba haciendo aquello porque quería.
Tras unos segundos de silencio sepulcral que se hicieron infinitamente largos, tuvo que ser ella, la mujer fuerte a la que yo tanto admiraba, la que tranquilizara el ambiente:
- Señor, siento haber llegado tan temprano. La señora me dijo que había mucha plancha y me pidió venir antes.
- No te preocupes, Erika.
Como si nada, ella se fue a cambiar y comenzó su rutina de trabajo. Yo no tenía claro que hacer, el pastel ya estaba descubierto y de nada servía cambiarme y hacer como si nada hubiera pasado. En el fondo, me gustaba que Erika me hubiera visto y lo supiera. Y si a ella no le importaba, mejor.
Fui a la cocina y le pregunté si aquello la incomodaba. Era lo justo.
- Para nada, señor. Es bueno tener alguien que me ayude. – Ante su plácida respuesta, un escalofrío recorrió mi estómago. Le parecía bien, y me abría la puerta para poder hacer lo que tanto me gustaba con ella delante.
No sólo eso. Erika me empezó a enseñar. Me enseñó a planchar y a hacer las cosas de casa como dios manda. Poco a poco, y sin darme cuenta, ella fue tomando el control de la situación. Me dejó de tratar de usted y me empezó a ordenar, tratándome en femenino. Al terminar entre las dos las cosas de casa en tan poco tiempo, me ayudaba con el maquillaje, la ropa. Se convirtió en mi jefa y en mi confidente. Al cabo de unas semanas yo ya estaba haciendo sola las cosas de casa mientras ella me decía lo que tenía que hacer y se sentaba en el sofá a ver las novelas. Ambas salíamos ganando. Ella seguía cobrando y podía descansar mientras yo tomaba su papel. Las dos estábamos encantadas con aquello.
Tan encantadas que un par de meses después yo ya no sólo limpiaba mi casa, sino que también iba un par de veces por semana a la suya. Me encantaba ir y tratarla como ella me había tratado a mí. “Señora Erika, ¿qué quiere que haga a continuación?”. Hacerle la colada, poder manipular su maravillosa ropa, hacer su cama…
Definitivamente me había enamorado de Erika. Ninguna mujer me había entendido ni me había tratado como ella. Era feliz sirviéndola. Y veía que ella estaba encantada. Así que un día me declaré.
Fue en su casa. Ella me estaba explicando como doblar su ropa interior, y me lancé.
- Señora Erika, estoy enamorada de usted. – Ella sonrió.
- Ya lo sé, cielo.
Entonces me besó en los labios. Y fue como besar por primera vez. Sentir mis labios y los suyos llenos de carmín, sentir cómo la mujer que amaba me correspondía. Nunca había amado antes. No de esa manera. No con aquella devoción.
Preparé una cena increíble, con velas y me puse un vestido suyo. Cenamos juntas y conversamos sobre “nosotras”. Le expliqué todo. Le conté como me había enamorado de ella poco a poco, lo que la admiraba. Que había descubierto que mi verdadera vocación era ser la chica de la limpieza, como ella. Ella sonreía y decía que le encantó entrar aquel día en mi casa y verme así. Que se había dado cuenta que ella me gustaba mucho tiempo atrás, pero que al vivir con mi novia y ser ella la chica de la limpieza creía que no teníamos nada que hacer.
Aquella fue la primera noche que pasé junto a Erika. La complací de todas las formas que sabía. Se notaba la sangre latina en sus venas. Era fogosa, mucho más de lo que aparentaba. Yo recorría su cuerpo con mi lengüita, sus partes más íntimas. Ella metía su dedito en mi culito mientras yo lamía su trono. Ella me hacía sentir algo maravilloso, hacíamos el amor pero al mismo tiempo yo era su puntita. Estuvimos toda la noche juntas. Ella conquistaba mi culo una y otra vez, lamía mis pezones, mi miembro. Yo la penetraba al ritmo que me decía. Estábamos desatadas. Muchos meses de tensión sexual afloraron aquella noche, la mejor de mi vida.
Erika me dijo que quería que fuera su nenita. Que viviéramos juntas y entre las dos saldríamos adelante. Para mí aquello suponía dejar atrás mi vida, mi novia, etc. Pero cuando llega el amor hay ciertas cosas a las que una debe renunciar por ser feliz.
Nos fuimos a vivir a Ecuador. Yo vendí mi casa y así ella podía estar más cerca de sus hijos. Podíamos empezar una nueva vida, juntas.
Ahora por las mañanas me levanto y le llevo a Erika el desayuno a la cama. Después voy a trabajar. Me hice chica de la limpieza, justo lo que quería. Lo cierto es que hay bastante demanda de chicas de la limpieza travestis y se paga muy bien. A veces tengo que aguantar cosas como que los hombres se masturben viéndome limpiar, pero supongo que en el fondo me siento halagada, aunque tengo claro que mi culito está reservado para lo que Erika desee, quien gracias a mi cotizado trabajo no necesita trabajar. Yo también me encargo de nuestra casa, en la que ya no hay ningún atisbo de masculinidad, sólo dos lesbianas que se aman y en la que una tomaba todas las decisiones y la otra era su nenita. Está claro quien soy yo. Y soy muy feliz.
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