Comida de Navidad

FECHA: 8/06/2013

Para Marta las navidades estaban siendo un auténtico coñazo. Pablo trabajaba todos los días y ella, que estaba de vacaciones, ya había hecho todas las tareas pendientes y se dedicaba ahora a sus aficiones. Leer, pintar y algo de deporte ocupaban su tiempo pero faltaba algo de picante.
El día de navidad fueron a comer a un restaurante con la familia de él. La perspectiva era desoladora. No pasaría el tiempo mientras hablaba con sus aburridas cuñadas de sus niños y sus cuñados le taladrarían el escote y las caderas con la mirada tratando de disimular sin conseguirlo.
Intentaba aparentar interés en las palabras de alguien que le hablaba cuando una voz suave llamó su atención a su lado.
-¿Me permite?
Una muchacha joven, de unos dieciocho años, le sonreía mientras trataba de servirle vino.
-Claro. Perdona.
Le llenó la copa.
Tenía el pelo rojizo, muy corto y la piel clara. Sus rasgos era suaves y sus labios jugosos, dejando asomar una sonrisa espléndida que brillaba también en sus ojos verdes. En la nariz, pequeña y redondeada lucía un piercing diminuto y brillante.
Se notaba que el uniforme estaba lejos de ser del estilo de ropa que llevaría en la calle y sin embargo le sentaba muy bien. Pantalones negros, camisa a rayas verticales y chaleco negro, exactamente igual que sus compañeros chicos. Un morboso toque masculino para una jovencita deliciosa.
Durante la comida no pudo dejar de buscarla. Ella le devolvía la mirada y sonreía yendo y viniendo de las cocinas. Cuando le servía rozaba su hombro con el costado y Marta estaba cada vez más nerviosa, ignorando las insulsas conversaciones. Una de las veces la chica se inclino más de lo debido y apoyó uno de sus pechos en su pelo. Dejándose llevar, Marta juntó los muslos para sentir su propio calor.
-¡Marta! ¿Estás bien?
La voz de su suegra le devolvió a la realidad. Los primos adolescentes de Pablo la miraban boquiabiertos. Aquella noche pensarían en ella bajo las sábanas.
-Si, si- tartamudeó Marta-debe ser el vino.
Levantándose torpemente añadió:
-Voy al baño.
Doblando la esquina se adentró en un pasillo lleno de puertas. Al fondo volvía a girar y un cartel indicaba SERVICIOS.
De pronto la puerta que estaba junto a ella se entreabrió y la muchacha pelirroja asomó para tomarla de la mano y tirar de ella hacia la habitación.
-Ven.-dijo en voz muy baja y algo áspera.
Se dejó llevar por aquella voz susurrante y el tacto de una piel cálida al interior del cuarto. La puerta se cerró tras de si y quedaron a oscuras.
Apoyando las manos en las caderas de Marta, la llevó hasta apoyarla en la puerta y cerró el pasador. Estaba mareada y la respiración de la chica a dos centímetros de su boca no aliviaba la situación. Sus pechos bajo la blusa sintieron el ligero roce de los de ella bajo el chaleco y se hincharon mientras la muchacha soltaba cada botón hasta liberarlos. Su vientre estaba ardiendo de una forma increíble porque las manos de aquella chiquilla despertaban su piel y sus pechos agitados necesitaban el contacto de aquella boca pequeña que le mordía la barbilla, el cuello y los hombros, haciendo temblar todo su cuerpo. La humedad se deslizó entre sus muslos ante el contacto de su sexo y sintió que unas manos deliciosas ascendían por sus costados hasta apretar un pecho con otro y rozar los pezones con las uñas de los índices.
La chica acercó su boca a la de Marta, le ofreció el contacto de sus labios y su pequeña lengua. Exploraron sus bocas muy despacio, como dos caracoles empapados que se copulan lentamente. Luego, los dientes trataban de capturar la lengua de la otra, pero se escapaba resbaladiza. Se mordieron los labios y se hundieron la una en la otra cuanto pudieron buceando en saliva.
Marta había deslizado sus manos por la espalda de ella y bajo sus pantalones sentía las suaves nalgas mientras la apretaba contra si. La chica se detuvo un momento sin dejar de jadear, cogió a Marta de la mano y la guió en la oscuridad. Al tocar una superficie baja y mullida, probablemente un sofá, le quitó con suavidad la falda antes de indicarle que se tumbase.
Inclinándose a su lado, la joven rozó otra vez sus pechos y su vientre con las yemas de los dedos. Aunque no la veía Marta, sabía que estaba sonriendo de aquella deliciosa manera mientas la observaba sin verla, jadeante y entregada. Sintió sus dedos bajo el tanga buscando su centro. Estaba temblando de ganas. La chica se movió, situándose mas abajo. Sintió las manos suaves en sus muslos separando sus piernas y un soplo de aire en su sexo.
El aliento lento de la muchacha caía sobre su humedad y el aire de su nariz llegaba hasta su clítoris provocando temblores incontrolables. Las yemas de los dedos apartaron despacio sus pliegues y masajearon alrededor de él mientras el contacto de una lengua la recorría maravillosa a lo largo del surco, recogiendo sus líquidos. Un dedo golpeaba con suaves toquecitos el hinchado clítoris de Marta haciendo que sus pechos subiesen y bajasen rítmicamente acompañados por sus jadeos.
La lengua que la tenía completamente esclavizada entraba más en su cuerpo. Era pequeña y presionaba en sus paredes internas a izquierda y derecha o se estiraba como un reptil entrando completamente y moviendo allí su cabecita en oscilaciones algo mas rápidas. Algo de los jugos de Marta se deslizó hacia abajo llegando a su entrada trasera y la chica los aprovechó para masajear la zona.
Marta sujetó con ambas manos la pequeña cabeza pelirroja deseando que no acabase jamás y sus jadeos se alargaron y aumentaron su intensidad. Notó que la lengua salía de ella y era sustituida por dos dedos curiosos que la exploraban y la estremecían mas adentro. Entraban y salían de su cuerpo deslizándose bien lubricados, perforando en la cueva. Si no paraban pronto acabarían provocando un derrumbe colosal. La tierna lengua se había desplazado a los alrededores del clítoris de Marta, haciendo oscilar los pequeños pliegues que lo resguardaban y aterrizando en su hinchazón.
Acertó a recorrer el pequeño botón como si fuese del tamaño de una moneda, con la precisión de un cirujano y la pasión de una jovencita enamorada. Los espasmos en las piernas de Marta anticiparon el descomunal colapso, acompañado por más fuertes movimientos en su interior que se transmitieron a su cuerpo y a su garganta, y de ahí al sofá y a la habitación y al mundo entero. De esa forma, cuando los dedos que la llenaban parecieron agrandarse hasta el infinito y sintió estallar todos sus miembros, y no pudo contener un alarido eterno, era su vientre el que hacía temblar el mundo y sus entrañas las que gritaba al mundo como goza una mujer cuando saben tratarla.
El indescriptible final le arrebató el aliento, la hizo volar y la sumió finalmente en un estado de letargo consciente en el que sintió entre sueños el peso suave del aire, el tacto de los sonidos y el beso de una mano que recorría sus cabellos despacio y con mimo.
Cuando volvió en si, Sonia, que así se llamaba la muchacha, estaba a su lado alumbrada por una pequeña lámpara de despacho. Le devolvió la sonrisa y pregunto aun adormilada:
-¿Cuánto hace que?
-Media hora-respondió Sonia.
Marta tardó en reaccionar.
-¡Media hora! ¡Deben estar buscándome!
Se vistió y se apresuro a volver a la mesa. Junto a la puerta se volvió y dijo:
-Yo.bufff. No se que decir.
-Tu cara lo dice todo.
La sonrisa de Marta iluminaba su rostro.
-Hubiese querido que tu.¡me has dejado muerta! Pero yo quería
-No te preocupes, ya me he encargado yo.
Marta se quedó mirando y sonriendo a aquella provocadora jovencita una vez más antes de salir. Sonia añadió:
-Por cierto, un tal Pablo hizo la reserva de la mesa y dejó el teléfono de su casa. ¿Sabes si estará por las mañanas?
-No está.
-Perfecto-dijo Sonia guiñando un ojo-llamaré entonces.

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