Miedo a los ascensores

FECHA: 5/08/2013

Siempre le tuve temor a los ascensores. Cuando me mudé al 7mo. piso del Cervantes Center, me convencía a mi misma con el placer que me daba la excelente vista panorámica de mi departamento y con la cercanía a la empresa donde trabajo. Jamás pensé que la experiencia que iba a vivir cambiaría mi percepción sobre el sentido de viajar en ascensor.
Los primeros días lo usé casi sin pensar ocupada como estaba en armar mi nuevo departamento. Una vez instalada comencé a subir y bajar a la misma hora y  a entrar en contacto con las personas que habitualmente subían y viajaban en el mismo horario. Cada día de mañana bajábamos seis; a mi regreso de la empresa, por la noche subíamos cinco, cuatro hombres y yo. Sola. La primera vez que subí me sentí algo incómoda – sola entre cuatro hombres – subiendo en silencio. Todos con trajes impecables y corbatas que cambiaban cada día. Dos de ellos siempre de anteojos oscuros. Impecable calzado los cuatro. La mayoría de las veces atendiendo sus móviles de última generación. Uno privilegiaba el uso de la tableta. Se ponía en un rincón y parecía subir mirando algún video. Subíamos los cinco en la planta baja y me cedían el primer lugar para entrar, por lo que yo me ubicaba en el fondo del ascensor contra el espejo posterior. El último en subir apretaba con su dedo medio cada piso. Lo hacía con mucha suavidad y firmeza. Fue la primera mano que comencé a mirar con mas atención. Se notaba una piel suave y recia.
A los quince días ya nos saludábamos atentamente. Ellos mostraban conocerse hace mucho tiempo porque conversaban mucho entre si. Todos seguían a pisos superiores al mío. Por lo que bajar significaba pasar en medio de ellos y…sus miradas que me recorrían.
Noté sus miradas especialmente el día que cuando estaba por bajar se me cayó el celular sobre la alfombra del ascensor y al descender a tomarlo los cuatro se agacharon para alcanzármelo, de manera tal que sus cuatro manos y la mía casi llegaron al mismo tiempo al teléfono  Dos de ellos alcanzaron a rozar mi piel. Noté que la vista de los dos que estaban sin anteojos se dirigieron mas a mi blusa escotada que al celular del suelo. Alcé el celular, di las gracias y salí. Los cuatro sonrieron sin decir nada y noté que – mientras se cerraba la puerta del ascensor- comentaban algo entre sonrisas. Uno de ellos se pasaba la lengua por sus labios y otro me despedía con un ademán de su mano y una mueca de seducción. Era el mas alto y rubio de los cuatro.

Después de tres meses la situación seguía de la misma manera. Hasta que llegó aquel viernes en el que que volví del trabajo, llamé el ascensor desde la planta baja y al abrirse la puerta estaban ellos cuatro, solo que cuando yo subí, ninguno bajó. Ingresé y mientras el dedo aquel apretaba el piso cuarenta y dos, me vi rodeada por los cuatro que comenzaron a girar en torno mío. Algo atemorizada quedé enmudecida y tieza, pero uno de ellos me ofreció un ramo de rosas. Mientras el segundo destapaba un perfume atrapante, el tercero tomaba su tableta y comenzaba a filmarme el rostro, con primeros planos de mis labios y comenzando a recorrer con su cámara mi cuerpo con movimientos envolventes. El cuarto se arrodilló ante mi y sólo dijo:

- Hasta donde tu desees…- mientras sus manos tomaron mis tobillos y comenzaron a abrir suavemente y con firmeza mis piernas.

Ya los dos restantes dejaron de girar a mi alrededor y tomaron mis manos. entre los tres me pusieron contra el espejo. El cuarto continuaba filmando. Intente decir algo pero un dedo con un perfume embriagante se posó sobre mis labios, mientras comenzó a dibujar toda la extensión de mi boca. La otra mano acarició mi rostro y deslizó dos dedos por detrás de mi oreja, y se entretuvo en mi lóbulo. Al mismo tiempo comencé a sentir que las manos que habían tomado mis tobillos comenzaban a deslizarse hacia arriba recorriendo convencidas el interior y exterior de mis piernas, que querían temblar. La presión del dedo anular en el interior de mi pierna hizo que yo levantara mi cuerpo sobre la punta de los dedos de mis pies, con una mezcla de temor y deseo que esa mano llegara hasta las orillas de mis bragas de seda. La cámara seguía registrando cada rincón, y el cuarto hombre apoyaba mis brazos contra el espejo con fuerza.

A las manos que subían comenzaron a sumarse otras manos que se deslizaban desde el cuello para abajo y ya no alcanzaba a notar cuantos manos me acariciaban. En ningún momento me violentaban. Cada centímetro recorrido iba a compañado de las mas dulces expresiones que uno u otro deslizaba susurrando en mis oídos. Uno se puso a un lado, otro a otro lado, y el que seguía de rodillas ante mi ahora sumaba su rostro que se acercaba hacia mi vientre y su boca bajaba sobre mi falda hasta encontrar el camino mas caliente y zigzagueante hasta mis labios inferiores que ya quedaban a la altura justa de su boca.

¿Cuáles eran las manos que comenzaron a rodear mis senos? Ya no podía distinguirlas, pero tensaban mi piel hasta hacer endurecer mis pezones que comenzaron a desear salirse. Alguien comenzó a desprender mi camisa y otra boca descendió desde el cuello hasta uno de mis pezones que comenzó a rodear, primero con su lengua y dedos y luego succionó con dulzura, firmeza y un ritmo enloquecedor. Otras manos dejaban al aire el otro seno mientras otra mano tomaba mi propia mano y la deslizaba por un miembro que endurecido quería deslizarse fuera de un pantalón. Quise retirar mi mano pero la sostuvieron con firmeza contra aquel miembro erecto. MI otra mano fue deslizada dentro de un pantalon y sentí el calor y suavidad de la piel de uno de ellos.

En un momento dado tenía un miembro en cada mano; mis senos eran succionados con pasión por dos bocas; a la que se sumaba una tercera sobre mis bragas dibujando con su lengua entradas y salidas de pasión que hicieron que yo me mojara y corriera apasionada. El ritmo de mis manos corriendo la piel de aquellos endurecidas vergas, comenzó a sacar expresiones de placer. El ascensor seguía subiendo.

No me preguntes en que piso fue el momento en que me encontré con mi cara frente al espejo mi camisa , totalmente deprendida y labios que mordían mis muslos, mientras dos manos abrían mis piernas desde los tobillos. Mis bragas fueron corridas a un lado y mi culo comenzó a sentir caricias peneanas que subían  y bajaban buscando mi orificio anal. Sentí que unas manos se untaban en lubricante de aroma embriagador y cada aspereza de mi piel cedió a un camino de placer por el que comenzaron a entrar y salir, tres vergas en forma alternativa, cada una llegando a tocar diversos rincones de mis deseos.

No sé cuantas veces me corrí. Mi coño sentía a la vez dedos que entraban y salían y mi clítoris explotaba de placer. Cuando todos acabamos, estábamos parados en el piso siete. Yo me acomodé la ropa y comencé a bajar. Cuando crucé el umbral del ascensor una voz volvió a decir:

- Hasta donde tu desees…-

Otra agregó: – Hasta mañana -

Y los cuatro sonrieron. Yo bajé con mis rosas, mi perfume y mis deseos…

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