Pasé varias veces frente al mismo lugar. Siempre me preguntaba qué clase de personas iban ahí. Las razones por las que terminaban en ese sitio. Aunque no era feo, parecía muy rústico. Las ventanas siempre estaban cerradas. Las cortinas corridas. Por las noches alguna luz sobresalía del resto, pero no era común. Nunca imaginé cómo sería ir a un sitio de esos y menos que yo acabaría ahí.
Tengo 28 años, soy de complexión media, tirando a robusta. Mido 1.75 m, lo cual ayuda porque la ropa se me mira muy bien. Más de uno voltea a verme cuando voy por la calle. Más cuando uso mis pantalones blancos. Mi trasero es ancho, pero no prominente. En un día normal de salida con mis amigas, levanto dos o tres galanes que me invitan más que una copa. Incluso mi jefe me ha tirado los perros en varias ocasiones (invitado a comer, a bailar, en fin). No lo he aceptado porque conozco a su mujer. Una señora en toda la extensión de la palabra.
Lo que estoy por contarles pasó hace una semana. Por mi trabajo, relaciones públicas, suelo ir a comer o tomar café con la gente. Regularmente es ahí donde se cierran los buenos contratos. Ese día en particular me esmeré en mi aspecto, me habían dicho que el tipo al que vería era muy huraño y severo. Cuando llegué al cafetín no di de inmediato con el hombre. Era mucho más joven de lo que pensé. Por su puesto que su aspecto no denotaba de ninguna manera la descripción que de él me habían hecho. Sin embargo, él sí me reconoció en seguida y me hizo un ademán para acercarme a su mesa.
Me presenté y le mostré mi propuesta para su empresa. Cuando me di cuenta habían pasado casi dos horas y la noche empezaba a caer. Mi casa no estaba lejos, por eso no llevé mi auto. Cuando terminamos él se ofreció muy cortésmente a llevarme. No pude negarme. En el trayecto, que apenas fueron unos minutos, la conversación se volcó hacia mi. Supo que no tenía novio, que vivía sola y que me gustaba el sexo. Esto último no supe cómo me lo sacó, pero ahí estaba yo diciéndole cómo me gustaba que me cogieran.
Llegamos, me bajé del auto y me despedí de mano de él. Para mi sorpresa me jaló para darme un beso. Lo alcancé a desviar y casi rozó mi boca. Mi piel ardía y no supe decir nada más. Me reí y me retiré. Al otro día al llegar a la oficina un enorme ramo de flores me esperaba en mi escritorio. Eran de él. Nadie me lo dijo, pero yo sabía que no podían ser de nadie más. A los pocos minutos sonó el teléfono y era él. La voz me tembló cuando dije sí. No había vuelta atrás. El sí era para vernos en aquel hotel frente al que pasaba todos los días.
Sólo esperé lo necesario en la oficina para organizar algunas cosas. Me salí y dejé dicho que no regresaría más tarde. Fui directo a casa, me duché un largo rato con agua fría. Temblaba de pies a cabeza. ¿Qué me pasa?, me dije, pareces virgen ante su primera vez. Salí de la regadera y me sequé muy lentamente. Recorrí cada tramo de mi piel con crema de rosas. Frotándome toda y acariciándome. Cuando me di cuenta estaba tendida en la cama acariciando mi clítoris y regalándome un buen orgasmo. Miré el reloj sobre la mesita de noche. Apenas el tiempo justo para vestirme e ir al encuentro.
Cuando llegué al lugar, los nervios que ya había controlado me sacudieron de nuevo. Mis manos estaban sudadas y frías. Me dio un poco de vergüenza darle la mano cuando me invitó a pasar a la habitación. Cerró la puerta detrás de mi. Me abrazó de espaldas y de inmediato sentí su enorme verga erecta en mis nalgas. Ahí perdí el control. Me giré y comencé a besarlo. Mientras nuestras lenguas se liaban en un beso pasional, nuestras manos ágiles y febriles nos despojaron de la ropa. Las prendas salieron volando a un lado y otro. Regadas por el piso como caídos en combate. Con él guiándome caímos en la cama. Me sorprendió porque el colchón era muy suave. Tendida bajo de él, abrí las piernas para recibirle, pero ese no era su plan.
Siguió besándome con frenesí, mordiendo mis labios y yo los suyos, metiendo su lengua hasta mi garganta y yo sólo disfrutaba el dulce sabor de su saliva. Me llenaba de su loción que me alborotaba más los sentidos. En un momento se me despegó. Fue hacia las cortinas y las corrió. Aún había luz de día afuera. Vino por mi, me sujetó de los brazos y me colocó frente a la ventana. Mis pezones se endurecieron más con el frío del cristal. Ahí me tomó por el cabello y me encorvó lo suficiente para penetrarme desde atrás. Ya la había sentido en nuestro juego previo. Pero ahora, metida hasta mis entrañas, supe que era la verga más grande que había tenido adentro. Empezó a empujar lento pero hasta el fondo. Con una mano sujetaba mis muñecas y con la otra mi cabello.
No pude más de placer y ahí mismo tuve un orgasmo. No me importó a dónde o quién me veía a través de la ventana. Yo sólo quería que no me sacara ese enorme trozo de placer. Acercó sus labios a mi oído y susurró algo, que definitivamente no alcancé a escuchar. Estaba dispuesta a que hiciera conmigo lo que quisiera. Se salió de mi. Me soltó y cuando estaba por voltear. Sentí un fuerte jalón de cabello. Me obligó a arrodillarme y ahí frente a la ventaba me tragué toda su verga. En el primer empellón sentí una arcada. Pero respiré hondo y empecé a chuparla. Tenía un sabor tan dulce. Con mis uñas empecé a acariciar suavemente sus testículos, apenas rozándolos. Era evidente que le gustaba, porque empezó a gemir.
Me volvió a tirar del pelo y me aventó sobre la cama. Caí de espaldas. De momento supe lo que quería. Así que levanté lo más que pude mi trasero y se lo ofrecí. Para mi sorpresa me ensartó de un empujón, pero la vagina. Yo sentí que me reventó otro orgasmo nada más de sentir el enorme glande entrar. Metía y sacaba el enorme pedazo con tanta maestría que ahí tuve tres orgasmos más. Me tenía sujeta de las caderas y empujaba tan fuerte que sentía sus testículos golpear mis carnes. Ahí eyaculó. Su semen caliente empezó a escurrir por mis piernas y gemí como no lo había hecho. Sus manos me asieron tan fuerte que me causaron dolor, pero no me quejé.
Se retiró y se dejó caer en la cama, a mi lado. Por costumbre me levanté y fui al baño a enjuagarme. Me bañé completa y al salir me envolví en una toalla. Me sorprendió la mirada lujuriosa que me lanzó y me señaló un lado de la cama. Como niña en navidad corrí y me tiré a su lado. Me señaló la ventana. Para mi sorpresa del otro lado habían dos haciendo lo mismo que él me había hecho a mi. Dos habitaciones diferentes, dos mujeres con pezones al aire siendo cogidas por sus hombres. La vista era magnífica. Sin más me bajé a su verga y empecé a lamerla. No tardó nada en reponerse. Me quité la toalla y lo monté. Con la vista fija en aquellas parejas lo cabalgué como una amazona poseída. Sentía su enorme verga llegando hasta los rincones más ocultos de mi ser.
Luego de un rato, me asió de las caderas y se giró sobre su costado, sin sacarme la verga. Así de lado con una de mis piernas bajo su cuerpo y la otra al aire, empezó un rítmico mete-saca que me hizo gritar, no sólo gemir. Luego se salió, se giró y se sentó en el borde de la cama, dando de frente a la ventana. Me coloqué de frente a él, pero me pidió que me volteara. Así lo hice. Me coloqué en medio de sus piernas y me ensarté yo sola con su verga. Mecí las caderas y luego las subí y bajé para estimularlo. Cuando lo sentí a gusto me froté el clítoris. No había reparado en nada por tanto placer que el tipo me estaba dando. Cuando abrí los ojos, un tipo con la mitad del cuerpo fuera de una de las ventanas se estaba masturbando con nuestro espectáculo. Así que lo miré directo a los ojos y le enseñé mi vagina. Atravesada por esa verga. Me froté con más ganas el clítoris y con la otra mano empecé a jugar con mis pezones. El tipo aquel no aguantó más y eyaculó. Por más que hizo, el semen no cruzó todo el hueco entre ventana y ventana, así que me tiró un beso y me enseñó su mano con semen. Yo cerré los ojos nuevamente y me dejé llevar por mi orgasmo y grité con todas mis fuerzas.
En ese momento también mi hombre eyaculaba. Estuvo viendo la escena y eso lo puso muy caliente. Cuando terminó me solté de sus manos y me recosté. Era suficiente. Pasados unos minutos, me levanté otra vez y cerré las cortinas. Fui al baño me di otra ducha y regresé a la cama. Él ya se había marchado. Me vestí y cuando llegué a casa, al abrir mi bolso, encontré su tarjeta con un mensaje que decía…
Hasta el próximo jueves en…
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