A mí Rebeca —Beca— me sigue pareciendo una mujer excitante. De hecho, me pongo cachondo cuando la miro, me fijo en sus curvas, hoy en día mucho más generosas que hace años, y recuerdo con añoranza los tiempos en los que el sexo nos unía casi a diario y gozábamos, reíamos y lo pasábamos francamente bien saliendo como amigos y, fundamentalmente, amantes. Cierto es que han pasado veinte años o cosa así y ambos hemos tenido diversos avatares, incluidos los sentimentales, pero me sigue pareciendo una tía buena, sí, de cincuenta y tres años, dos menos que yo, pero que tiene un polvo detrás de otro. La sigo deseando e intento hacer todo lo posible para follar con ella.
La vida da muchas vueltas y si bien por medio de terceros nunca hemos dejado de saber el uno del otro —nuestros respectivos matrimonios, cada uno tuvimos una única hija, varios cambios de puesto de trabajo, algún ascenso, los malditos divorcios alrededor de los cuarenta y cinco años, algún rollete más o menos conocido por ser con gente de la misma empresa, y el reencuentro de ambos en la misma unidad comercial en la que nos conocimos en su día— la verdad es que perdimos por completo el trato de caliente amistad que mantuvimos durante varios años. Me llevé una gran alegría el día que me incorporé a mi nuevo destino y allí estaba Beca, tan simpática y guapetona como siempre.
—Armando, buenos días, ya sabía que venías hoy. Yo llevo aquí una semana
Dos besos, una amplia sonrisa, confianza —nuestras respectivas manos en la cintura del otro— risas y la confirmación ante el resto de compañeros de nuestro conocimiento y amistad desde mucho tiempo atrás.
La he estado observando todo el día desde mi despacho. Me gusta. Sí, ya no es una treintañera, pero yo tampoco. No es muy alta, morena de piel, cabello muy negro que lleva peinado hacia atrás en media melena levemente ondulada, ojos grandes oscuros, muy expresivos, nariz recta, labios rojos gordezuelos y en todo momento una expresión simpática en su cara. Hombros anchos, espaldas ya un poco cargadas, le sobran algunos quilos porque tiene tripa y su culo, siempre grande y llamativo, hoy es más grande y más llamativo todavía. Me sorprenden sus tetas, que parecen bastante más grandes que aquellas redonditas y más bien pequeñas que casi conseguía meter enteras en mi boca o con las que Beca intentaba hacerme pajas cubanas ayudándose de manos y boca, poniendo muy buena voluntad. Sus muslos y piernas siguen siendo finos y musculados. Joder, me excito mirándola y recordando los polvos fabulosos que nos echábamos. Era una mujer caliente, siempre dispuesta al sexo y a satisfacer al hombre que estaba con ella. Eso no lo ha perdido, seguro.
Es costumbre que los nuevos jefes que llegan a un departamento inviten a unas cañas —y lo que crean conveniente— a los empleados que están directamente a su cargo, el primer viernes tras su llegada. Hoy invito yo a una veintena de trabajadores, incluyendo a Rebeca, jefa de las secretarias de la unidad.
Gol merengón es una excelente cervecería que, además de estar decorada con fotografías de grandes jugadores madridistas de todas las épocas, dispone de pequeños salones reservados para grupos como el nuestro. Lo pasamos bien tras unos primeros momentos de indecisión, aunque está claro que una docena de mujeres y ocho hombres, todos bastante jóvenes, además de Beca y yo, los de más edad, saben enseguida pasar un rato agradable en torno a cañas de cerveza muy fría y bien tirada y excelentes tapas —la tortilla de patatas con lacón y chorizo es de premio Nobel.
Ya llevamos más de dos horas cuando logro hacer un pequeño aparte con Rebeca.
—Desde luego sigues siendo rumboso y nada tacaño. Te vas a gastar una pasta, pero bueno, para eso eres jefe
—Cuanto me alegro de volver a trabajar contigo. Siempre te he estado recordando durante estos años en los que ni nos hemos visto
—Yo también, fuimos buenos amigos, nos divertíamos y nunca se me va a olvidar mi chico peludo
Nos reímos con complicidad por el doble sentido de la frase, a mí me llamaba su chico peludo porque tengo bastante vello corporal, pero también se lo decía a mi polla —pene es la palabra que siempre utilizaba Beca— en los momentos de intimidad, quizás por mi gran densa mata de vello púbico.
—Hoy en día tu chico peludo ya no lo es tanto, a mi ex mujer le gustaba que me depilara, en especial el sexo, y he perdido mucho vello en todo el cuerpo que ya no me volvió a salir
—Bueno, eso puede tener ventajas según para qué, pero siempre serás mi chico peludo
—¿Qué vas a hacer esta tarde? ¿Salimos a dar una vuelta como antiguamente a ver si encontramos absenta en algún bar de copas?
—Aún lo recuerdas
—De ti no he olvidado nada
—No sé, Mando, ya somos mayores y quizás sea mejor recordar buenos momentos pasados que vivir nuevas situaciones
—Podemos intentar recordar juntos, y si nos aburrimos o nos da mal rollo quizás sea la señal de que no hay que recuperar tiempos pasados
Nos interrumpen los compañeros de trabajo y a eso de las cinco de la tarde se deshace la reunión con algún grupo de solteros que se dispone a continuar de marchilla, los casados con hijos listos para ir a sus domicilios y Rebeca y yo que, disimulando y haciéndonos los remolones, quedamos los últimos con la excusa de ir a pagar la cuenta.
—¿Has venido en coche? El mío está en el aparcamiento de la empresa
—Yo vivo muy cerca y vengo andando para hacer ejercicio
Entramos en el aparcamiento tras saludar a los vigilantes, despedimos con la mano a un par de compañeros que también han recogido su coche y subimos al gran todoterreno urbano totalmente pijo que, gracias a mi ascenso, he comprado hace poco.
—Comparado con el R5 que tenías hace años este coche es un palacio rodante
Nos reímos —la de veces que follamos en mi coche en su día— tímidamente giramos las cabezas para besarnos, primero suavemente, como reconociéndonos, e inmediatamente dándonos un muerdo de ley, de los de verdad, guarro, con mucha saliva, jugando a tope con las lenguas, recorriendo toda la boca, chupando y mordisqueando los labios, excitándonos, respirando deprisa.
—Qué bien sigues besando, cabronazo
No respondo, vuelvo a besar a Beca, quizás con ganas atrasadas de muchos años más la excitación que me provoca ahora mismo.
—Vamos a mi casa, está muy cerca, quiero tomarme un par de copas rápidas por si luego no quieres nada conmigo. Estoy vieja y gorda, igual ya no te gusto
—Tonta, sigues siendo la más guapa y la tía más buena que he conocido. ¿No me vas a gustar?, compruébalo tú misma
Se gira un poco en el asiento mientras maniobro para salir del aparcamiento, lleva su mano derecha a mi paquete, lo agarra, aprieta suavemente, acaricia varias veces.
—Vaya, o llevas el móvil en un sitio muy raro o estás bien empalmao
Un nuevo beso antes de salir a la calle y por un momento recuerdo las mamadas cojonudas que me hacía en el R5, conduciendo, de noche, con el morbo añadido de que en cada semáforo en el que me detenía nos podían ver desde otro coche o una moto. Esa posibilidad ponía a Beca muy, muy cachonda, y las ocasiones en que nos descubrían se corría poco después de manera estrepitosa.
Rápidamente hemos llegado a su bonito piso, con una gran terraza llena de plantas que entra hasta el salón central. No le doy tiempo a tomarse una copa, tras un nuevo besazo, acaricio su culo durante unos momentos y empezamos a desnudarnos.
Lo bueno del verano es que se lleva poca ropa encima. En cuestión de segundos estoy completamente desnudo.
—Mi chico peludo está en plena forma, que pene más bueno has tenido siempre. Te sienta bien lo de tener menos vello, no sé, parece que lo tienes más grande
Con las dos manos acaricia la polla y los testículos varias veces, con ganas, aumentando la fuerza cada vez. Se dobla por la cintura, con una mano se sujeta a mi culo y con la otra aprieta los huevos mientras comienza a lamer el capullo, primero, y poco después el tronco, para metérsela en la boca, adentro y afuera, una docena de veces, sonriendo, mirándome a los ojos. De repente se la mete entera en la boca, intentando llegar lo más dentro posible, la saca y empieza una de sus gloriosas mamadas.
Como siga así me voy a correr ya mismo y ni siquiera está desnuda. La cojo del pelo y tiro hacia arriba, aunque se resiste un poco a dejar tranquilo a su chico peludo.
Ya en pie nos abrazamos y beso a beso aprovecho para quitarle la ropa. Noto una leve vacilación cuando queda en sujetador y bragas —lleva un sexy conjunto granate lleno de encajes y transparencias— e intento abrir el broche situado en la espalda.
—Estoy muy gorda, no sé si…
Interrumpo lo que vaya a decir poniendo mis labios sobre los suyos, le quito el sostén y aparecen dos tetas grandes, separadas, algo caídas hacia abajo y hacia los lados, fuertes, con pezones oscuros gruesos, que ahora mismo están tiesos y duros. Las acaricio, amaso y lamo como si fuera la primera vez que me las enseña. Me detengo en los pezones, es un festín besar, mamar y mordisquear levemente estas golosinas.
—¡Qué tetas, corazón!
—Tras parir a mi hija me crecieron varias tallas, me alegré mucho, y mi marido más todavía
Me arrodillo ante ella, beso suavemente varias veces su estómago abultado y su tripa sobrada de quilos. Con las dos manos le quito las coquetas bragas —siempre utilizaba ropa interior muy sexy— y me detengo a mirar su morenos gruesos mojados labios, con poco vello púbico, negro y no muy rizado, tal y como recordaba. Un beso en su sexo, unas lamidas recibidas con sorpresa por parte de Beca —hace años no le gustaba demasiado que le comieran el coño, decía que lo que le ponía a gusto eran los penes y los tíos lamerones le parecían lesbianas— unas rápidas mamaditas en el clítoris que desatan exclamaciones de excitación en la hembra, y me levanto para mirar todo su cuerpo.
—Date la vuelta. Ohhh, mi niña, qué culo
—Tengo que adelgazar, me sobran muchos quilos
—Ni se te ocurra, a ver de dónde vas a perder con lo buena que estás
Siempre recordaré a uno de mis primeros jefes en la empresa, ya cercano a jubilarse, que tomando unas cañas, en cuanto surgía el tema, decía siempre que la mujer debe tener el culo grande como el capó de un SEAT 600, para abarcarlo con los dos brazos, para lamerlo, chupar, morder y poder azotarlo con la correa del cinturón si llegas cabreado a casa desde el trabajo.
El culo de Rebeca no desmerece, no. Alto, redondo, duro, de piel morena, con carrillos que parecen dos medias lunas perfectas, separados por una raja estrecha, un poco más oscura, como el bonito arrugado ano. Es fabuloso.
—Mando, llevo mucho tiempo sin follar, métemela
Ya llevo un par de minutos follando a Beca con ganas, tumbada boca arriba en uno de los sofás del salón, con las piernas muy abiertas puestas en alto apoyadas sobre mis hombros. Me sigue pareciendo como antaño un coño cojonudo al que mi polla se adapta como a un suave guante, pero, quiero ver su culo mientras empujo.
—Corre, date la vuelta
Arrodillada sobre el sofá, apoyando los brazos en el respaldo y con el culazo en pompa, es una reina maravillosa que recibe mi polla desde atrás, de un solo golpe de riñones, empujando hasta dentro del coño, todo lo que puedo llegar.
—Ohhh, cabrón —unas de sus palabras favoritas cuando está follando— sigue, sigue
Le estoy pegando un polvo de los buenos, de los que de joven parecen de record y de mayor parecen imposibles de conseguir. Creo que me inspiran el estar agarrado con las dos manos a este bendito culo, el movimiento adelante-atrás de Rebeca, acompasado con el ritmo de mi follada, la fuerte respiración forzada, los grititos y jadeos de excitación de la mujer, el chop-chop provocado por la abundancia de jugos vaginales, el sonido más seco producido al chocar mis huevos con la parte trasera de sus muslos y el martilleo constante de la sangre a toda velocidad en mis oídos. Estoy dándolo todo, sudo tanto que tengo que entrecerrar los ojos para que no me entre el sudor en ellos. Me queda poco para correrme.
—No pares, sigue, sigue… Ahhh, sííííí
La corrida de Beca es larga y sentida, durante muchos segundos noto sus contracciones vaginales, unas más fuertes que otras, y oigo una frase repetida varias veces, una especie de cantinela en voz muy baja y ronca con la que acaba sus orgasmos:
—Lo que me haces, cabrón, qué rico es
He detenido mi movimiento durante el tiempo que ha durado la corrida de la mujer, quien me pide que le saque el pene para sentarse en el sofá y recuperar el resuello, pero necesito acabar ya.
—Dame el culo, ponte
—Voy a por aceite suave
—Déjate de tonterías, ven, corre
Se pone Rebeca sobre el sofá a cuatro patas, los muslos y el coño los tiene empapados de oleoso jugo vaginal, así que lo extiendo con los dedos mojando la raja del culo y la entrada del ano todo lo que puedo. Me pongo detrás con una rodilla apoyada en el asiento, separo con las manos los dos carrillos para acceder a la rugosa entrada marrón del ano y empujo suavemente, como para tomar puntería.
Los dos primeros intentos son un fracaso, pero al tercero el ano se abre para dar paso a mi cabezón, con la polla tiesa y dura como si fuera de madera. Empujo con fuerza, de manera constante, logro meter el capullo y agarrándome con las dos manos al culo empujo hasta que toda la polla está dentro. Joder, qué bueno, que apretado está.
—Qué pene más grueso, pon cuidado
En eso estoy yo pensando. Noto mi polla apretada, aprisionada, estrujada dentro de este culo cojonudo. Empujo y tiro hacia atrás sin parar, adelante y atrás, sin llegar a sacar el capullo, cada vez con un recorrido más corto y con un ritmo más rápido. Estoy agarrado a los carrillos con las dos manos, con mucha fuerza, y me ayudo en el movimiento de la follada.
—Síííí, ahhhhh
Qué corrida más larga y cojonuda, me han salido los chorros de semen desde la base de la columna vertebral. Qué bueno.
Saco la polla y me encanta ver el agujero del ano dilatado, lleno de mi leche, que poco a poco va saliendo hacia afuera, blanca, pegajosa, como si fueran hilos de pegamento. Es un placer añadido, que siento mientras recupero la respiración y me siento junto a Beca.
—Joder, Mando, ibas quemado; me has roto el culo, maricón
Un beso suave en los labios, unos minutos de reposo abrazados en el sofá, y una propuesta interesante.
—Mi hija se queda hoy viernes a estudiar en casa de una amiga, puedes quedarte hasta mañana a la hora de comer. ¿Te apetece una copa?
No contesto. Beso sus labios, una caricia en el pecho, una sonrisa, un gesto de asentimiento y según veo el bamboleante culo de Beca moverse en dirección a la cocina, me alegro de haber tenido la precaución de echarme al bolsillo unas pastillas de Viagra. La noche promete.
Le tengo que dar la razón al famoso tango de Carlos Gardel: que veinte años (o cosa así) no es nada…
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