Como en todos los relatos que por aquí se cuentan, voy a omitir los nombres reales de nosotros, los protagonistas, pero si voy a ser fiel a los hechos al 100%.
Para ponernos en antecedentes, decir que Ania y yo, nos conocemos desde hace muchísimos años. En un tiempo en el que ella era soltera y yo, un casado aburrido, tuvimos muchísimos encuentros, hasta que la cosa se nos fue un poco de las manos, del puro sexo pasamos al sexo sentimental, entrando en el juego unas variables que hicieron que tuviéramos que parar la historia; ambos sabíamos que sólo era cuestión de tiempo que volviéramos a cruzar la línea, y muchos años después, retomamos, con la diferencia de que ambos estamos “felizmente casados”, y malamente follados, y claro… el resto fue fácil.
Ya habíamos tenido un par de encuentros antes de este que voy a contar, pero la incomodidad del coche nos tenía reprimidos y decidimos coger un hotel.
Habíamos quedado en que ella llegaría primero, se registraría, pagaría en efectivo y subiría a la habitación, mientras que yo llegaría un poco después y subiría directo.
Cuando llegué a la habitación, lo que me encontré me puso a 100% en milésimas. Ania me esperaba completamente desnuda, pero con una toalla rodeando su cuerpo. Entré, la pegué a la pared, y la besé apasionadamente. Los besos eran correspondidos y la pasión nos podóa… ambos sabíamos lo que queríamos, y lo queríamos ya. Me quitó la camisa, los pantalones, y mientras seguía besandome, pasaba su mano por mis calzoncillos, que eran la carcel de mi miembro, que gritaba para salir de la prisión, cosa que consiguió con un hábil movimiento.
Cuando me estuvo completamente a su merced, desnudo, me tumbo de un empujón y sobre mi, recorrió con su boca todo mi cuerpo, desde mi boca al cuello, mis pechos, hasta que llegó a ella, completamente dura y erecta, y mirandome a los ojos, pasó la lengua de arriba a abajo. SAbía que eso me volvía loco, y sabía como tenerme controlado, pero desatado. Comenzó a chupármela con una habilidad increible. Nunca nadie lo había hecho así. Recorría de arriba a abajo todo el tronco, mientras sus labios se paraban en mi glande, completamente circuncidado, y con su lengua lo estimulaba. Me iba a correr en nada si no paraba, y se lo hice saber, pero eso a ella no le importaba. Casi sin que se diera cuenta cogí mi móvil, y comencé a grabarla. Ver a través de la pantalla del móvil su cara de viciosa, de auténtica mamadora, mirándome, me hacía actor y espectador. Casi me corro, pero decidí ser yo el que probara sus jugos, y dándole la vuelta, me lancé a comerle su coño. Olía a limpio, sabía a excitación, y convulsionaba a cada uno de mis lengüetazos. Sus gemidos me ponían mas a 1000, si eso era posible, y sus manos acariciaban mi pelo apretándome hacia su coñito.
Cuando ya no pude más, me puse sobre ella, y colocando mi miembro en la entrada de su coño, empujé. Entró sin apenas dificultad, porque estaba lubricadísima. Los dos habíamos hecho bien nuestro trabajo. Comencé a follarla lentamente, mientras nuestras bocas se respiraban la una a la otra, ahogandonos en gemidos, y cuando cogimos ritmo, le dije que si ella era mi puta. La respuesta era si, ella sabe que es mi puta, y que yo soy su puto. Le dije que me la iba a follar como no se follaran jamás en su casa, y que quería que me enseñara como folla una mujer de verdad, que me follara como lo zorra que era conmigo. Nos dimos la vuelta, y sobre mi, empezó a cabalgarme. Apretaba sus nalgas con mis manos, le daba nalgadas, le comía los pechos y le mordía los labios con mis besos. Si chupándola era buena, cabalgando era la mejor. Tenía muchas ganas de correrme y cuando ambos cuerpos empezaron a tensarse, nos apretamos y le di la vuelta, colocando sus pies sobre mis hombros. Era increible la mezcla de nuestros olores, de nuestros jugos. Follábamos como locos, excitados a mas no poder, mirándonos. Este era el sexo que mereciamos y que no teníamos, y era increible.
Cuando ya no podía más, mi cuerpo se tensó sobre ella, y ambos, casi ahogando nuestros gritos, nos corrimos. La fuerza con la que llené de mi leche hacía que me dolieran los testículos, y su coño la abrazaba tan fuerte, que no quería sacarla. Exprimió hasta la última gota.
Esta tarde, volvimos a follarnos, a masturbarnos, a besarnos y a sentirnos, y tengo claro que, este es uno de esos círculos que jamás se cerrará, y que estaré para follarla cada vez que ella quiera, y viceversa.
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