Transformando a mi novio y mi hermano en putitas

FECHA: 7/11/2014

Mis tíos nos invitaron a mí y mi novio a un fin de semana en su casa de playa, al sur de Uruguay, en el departamento de Rocha más precisamente hablando. Escapada de otoño en la playa “La Viuda”, poca gente, no lo pensamos mucho. De hecho hice lo posible para arrastrar conmigo a mi hermano Sebastián, quien definitivamente se merecía más que nadie una desconexión debido a una reciente ruptura sentimental.

A priori la idea era genial. Alejarnos de la vida rutinaria, cortar con el bullicio de la capital, del incesante murmullo de las calles, del aire pesado y las responsabilidades del día a día que amenazaba con volvernos locos. Un fin de semana lejos de todo aquello que resemblara nuestra vida rutinaria.

Lo observaba a veces, a mi hermano, acostado en el asiento trasero, manos tras la cabeza, observando el cielo a través del vidrio con mirada melancólica. Ese no podía ser él. El pesado, idiota y misógino que yo tanto amaba se había deshecho y solo quedaba un despojo irreconocible. A veces acercaba mi mano y enredaba mis dedos entre los de él para juguetear, pero simplemente no estaba con ánimos para corresponderme.

—Flaca —así me apoda él—, gracias por sacarme de mi habitación, patearme, gritarme lo muy patético que era mi situación y prepararme las maletas con cuchillo en mano. ¡En serio!

—¡Ja! Para eso estamos las hermanas, Sebastián.

—¿Seguro que no quieres que vayamos a un hospital, compi? —preguntó Christian, mi pareja—. Sé que Rocío suele dar patadas muy fuertes cuando se cabrea…

—Nah, las costillas aún me duelen pero no creo que haya sido para tanto…

Llegamos al atardecer. La casa era preciosa, estilo racionalista, de aséptico blanco y decoración minimalista, ubicada en un terreno elevado que más tarde comprobaríamos que regalaba una fantástica vista de la playa. Tenía un dormitorio principal y un par más de habitaciones para invitados, todos en el segundo piso. La sala y cocina en el primero.

Subimos a la terraza y allí comprobamos que efectivamente la vista al mar era inmejorable. Era temporada baja, el mar estaba manso, solo algunas barcazas anaranjadas que cargaban pescados y camarones adornaban el horizonte. Merendar algo liviano allí solo con el sonido del mar fue una experiencia reponedora que lamentablemente no pareció hacer mella en mi hermano, pero sí en mi novio que con sus caricias parecía pedirme sutilmente privacidad.

Como el viaje fue bastante largo decidimos pasar la noche en casa y descansar; al día siguiente podríamos pasarlo en la playa o recorrer las enormes y doradas dunas que pueblan la zona, tal vez encontrarle alguna sensual muchacha a mi hermano; un romance fugaz para curar su corazón.

En la privacidad de la habitación no podía corresponderle a mi chico, quien pareció entender por fin cuánto realmente me preocupaba mi hermano. No es que fuéramos unos de esos gemelos especiales que se afectan mutuamente o algo por el estilo, pero lo cierto es que si él estaba en horas bajas, yo simplemente no me sentía bien. Una extraña simbiosis que desarrollamos desde pequeños ya que juntos pasamos por momentos muy delicados.

Acurrucada al lado de mi novio, y dejando que el viento húmedo que entraba por la ventana nos arrullara, mi hermano entró a la habitación sin tocar. Pecho al descubierto, solo con vaquero y descalzo.

—Flaca, ¿se puede saber dónde has dejado mi maleta?

—¡Uf, toca la puerta primero! ¿Y tu maleta no la habías preparado tú?

—Sí, yo la preparé en casa. Tú la agarraste, la vaciaste y la volviste a llevar a mi habitación porque querías elegirme “ropa acorde”.

—Ya, es que en serio, Sebastián, esa estúpida camiseta de Peñarol, o esa remera negra con una calavera… por dios, cuando mañana conquistes alguna chica me agradecerás que te haya preparado algo decente.

—Rocío, ¡dejaste mi maleta en casa!

—¡No me jodas, compi! —mi chico carcajeó, levantándose de la cama.

Mi novio es de Nacional, como yo, mientras que mi hermano Sebastián es de Peñarol, el equipo archirrival. Así que Christian abrió su bolso y retiró la camiseta de nuestro club para lanzársela entre risas. Yo no quería ser menos así que me levanté de la cama y le acerqué uno de mis camisones, uno sexi, negro y trasparente, con adornado de flores.

—¡Me están jodiendo! ¡No pienso pasear mañana con esa ropa asquerosa! ¡Y tampoco con un camisón de chica!

—¡Ajo y agua, Sebastián!

Christian, a empujones, le sacó de nuestra habitación y le lanzó al pasillo tanto la remera como mi camisón. Al cabo de un par de minutos, mientras aún nos reíamos de nuestra ocurrencia, mi hermano golpeó la puerta. Fui para abrirle y mi rostro se desencajó cuando lo vi vestido con mi camisón. Se había quitado su vaquero y se divisaba su bóxer blanco. Pero lo realmente llamativo de aquello fue que por fin, después de mucho tiempo, él estaba sonriente; ese chico con los ojos cargados de picardía eran los de ese hermano que tanto odiaba y amaba.

—¡Creo que esta mierda me sienta bien, flaca! Prefiero llevar puesto esto antes que la camiseta de esos pechos fríos.

—¡Mi camisóooon! ¡Es mi camisón sexi, idiota, solo te estaba gastando una broma!

—¡Pues te queda de puta madre! —bromeó mi chico.

—¡Lo sé! ¿Vamos a la playa? Seguro que de noche habrá algún pobre incauto que me dé dinero a cambio de un besito.

—¡Buena idea, compi!

Ambos se descojonaban pero yo solo podía mirar mi pobre camisón con cara de pena. Madre mía, no me lo volvería a poner jamás, ya me imaginaba quemándolo en algún descampado y despidiéndome de él entre lágrimas (¿Qué se me pasó por la cabeza para dárselo?). Pero fue ver a Sebastián caminando como si fuera una mujer por toda la habitación, soltando frases con voz femenina como “¿Quieres pasar un ratito divertido, papi?”, o cantando “Dancing Queen” de los ABBA, para que yo también terminara cediendo a las risas.

Claro que a mi hermano le faltaba algo más para parecerse a una mujer. Aunque noté que su cuerpo, para mi sorpresa, le favorecía bastante. Flaquito pero con curvas que asomaban tímidas; mi hermano nunca destacó por ser carilindo ni por tener facciones atractivas, pero ahora, vestido con mi camisón, me estaba dando cuenta que, con un par de retoques, podría verse realmente “guapa”.

—Compi, tenemos que ir a la playa y gastar unas bromas a la gente.

—Pues no es mala idea —dijo Sebastián, admirándose en el espejo—. ¡Nadie nos conoce aquí! Tienes que ayudarme a verme atractiva, flaca, seguro que sabes de maquillaje.

Tomé del mentón de mi hermano y ladeé su rostro para ambos lados, mordiéndome la punta de la lengua. El cambio de planes no me agradaba, prefería descansar, pero haría lo que fuera para tenerlo así de sonriente. Era reír él para que yo lo hiciera sin poder evitarlo.

—Supongo que podría hacer algo para que te veas como una mujer… tengo casi todo lo necesario conmigo. Excepto una cosa. Christian, ¿podrías ir al cotillón del pueblo, ese que vimos al llegar? ¡Necesito pelucas!

—¿En serio? ¿Pelucas?

—¡Sí, y si quieres tenerme de buen humor será mejor que vayas y vuelvas con un par de pelucas!

—La virgen…

Como dije, el cuerpo y rostro de Sebastián ayudaban mucho a darle un aire femenino, pero velludo en las piernas y con el cabello corto todavía era una broma andante más que una mujer. Así que le tomé de la mano y lo llevé al baño.

—¿Qué te pasa, flaca? Se me hace raro verte de tan buen humor.

—¡Ay, Sebastián! Me río porque eres el hermano más imbécil del mundo, te odio y te quiero un montón por eso mismo.

—Gracias —dijo con voz claramente femenina, cosa que terminó haciéndome lagrimear de risas.

En el baño preparé una afeitadora mientras él se quitaba “su” camisón. ¡Uf! En ese cuerpo espigado estaba asomando una mujercita, estaba claro, y me dije para mis adentros que se lo iba a resaltar. Le pedí que se sentara sobre el váter y yo hice lo propio sobre su regazo para llenarle todo el torso con espuma de afeitar. Comencé a rasurar mientras él me rodeaba con su brazo y cantaba “Dancing Queen”.

 —“You can dance!, you can dive!, having the time of your life!”.

El niño estaba haciéndome reír, pero no desistí de mi tarea de depilarlo. No tenía mucho vello en el torso, pero sí en las piernas, por lo que procedí a arrodillarme para afeitarle conforme le acompañaba en su canción.

—¡Flaca! Si tu novio se entera que estás arrodillada entre mis piernas…

—Imbécil, no sé qué piensas, tengo una afeitadora en mano y no dudaré en usarla para defenderme.

—Dame una mamada, princesa, no se lo diré a nadie.

—Consíguete una chica, Sebastián… ¡o un chico, ya que estamos por la labor!

Se hizo con otra afeitadora y me ayudó en la faena. Tras haberle limpiado con toalla el resto de la espuma, mi hermano quedó hecho un atractivo y rasurado monumento. A mí no me gustan los hombres depilados pero la situación era diferente porque, efectivamente, ya no lo estaba visualizando como hombre.

Se quiso mirar en el espejo pero se lo impedí, le dije que tenía ganas de darle un par de retoques con maquillaje, así que, a rastras, lo llevé de nuevo a la habitación principal y lo senté en un sillón mullido. Como tenía bolsitas bajo los ojos, nada muy evidente, pero se le notaba cuando se reía, le apliqué maquillaje para disimularlas. Un delineado sutil en los ojos y por último un labial color rosa pálido en esos labios pequeños pero carnosos como los míos.

—¿Puedo mirarme ahora, flaca?

—¡NO! Ahora te voy a vestir, salame —le di un piquito inocente para tranquilizarlo.

Le costó un montón quitarse el bóxer y quedarse desnudo para mí, pero le dije que no tuviera vergüenza de su propia hermana, que me estaba ofendiendo esa actitud. Voló el bóxer por la ventana. Le vestí con tanga y sujetador negros; me gustaba cómo quedaba salvo por el hecho de que no tenía senos; llamé al móvil de mi novio y le pedí que también comprara relleno para sostén; Christian se quejó porque según él la vendedora iba a mirarle raro.

Continué con mi hermano. Si hubiera sabido que iba a convertirlo en mujer podría haber traído más cosas de mi hogar. Corsé, liguero, medias de red y todo un repertorio; pero trabajé con lo que tenía. “Me aprieta atrás, flaca”, se quejó, tratándose de colocarse bien el tanga.

Le ayudé a ponerse una faldita blanca y tableada, muy corta para resaltar sus muslos, nada vulgar, no tengo ropas vulgares pero sí sensuales. Luego un top ajustado, color celeste, cortito; ombligo al aire. Por último los tacones altos para afirmarle las piernas y que pudiera presumir esa colita. No le sirvieron los míos, pero sí los de mi tía que las tenía guardadas en su vestidor; estuve largo rato enseñándole cómo caminar. Nunca dejó de sonreír.

“Echa los hombros hacia atrás, Sebastián, camina a pasos cortos, pisa primero con el tacón y suavemente posa los dedos. Contonea tus brazos para equilibrarte. Piernas juntas, ¡nunca mires abajo, la mirada al frente!”.

Mi chico ya había vuelto a casa, refunfuñando que fueron las compras más vergonzosas que hizo en su vida y que ojalá valiera la pena su sacrificio. ¡Mi hermano estaba sonriendo, claro que valía la pena! Me entregó un bolso con unas cuantas pelucas; rubia, morena y pelirroja. También relleno para el sostén.

—Espérame afuera de la habitación, Christian. Le pondré el relleno y la peluca. Te va a encantar…

—Puf, no te tardes, nena…

Pocos minutos después le grité desde adentro que pasara. Abrió la puerta y su rostro se desencajó. Mi hermano estaba parado en el centro de la habitación, altivo, fardando curvas sin él saberlo, loco por verse en un espejo, tamborileando su cintura con los dedos adornados con uñas postizas. Para calmar su ánimo le tomé de la mano y le acompañé hasta el espejo del armario.

Mi novio aún buscaba su quijada en el suelo.

—¡Dios! Rocío… soy… soy hermosa… —Sebastián se palpaba el rostro, incrédulo, jugando con su cabellera de oro, admirando su nueva ropita.

—Me cago en todo —mi chico recuperó el habla—. Sebastián, ¿eres tú? Pareces… ¡Pareces una mujercita!

—Lo sé… Rocío, eres fantástica. Y el cambio no es solo físico… Es decir, realmente siento algo distinto… En fin, ya tengo ganas de ir a un bar y engañar a unos cuantos chicos.

—¡Voy preparando mi cámara! —chillé emocionada.

—¿Y tú, Christian? —preguntó mi hermano, mirándolo con ilusión—. Tienes que probarlo, flaco.

—Esto… —tragó saliva—. No gracias, prefiero solo mirar…

La sonrisa de Sebastián se desdibujó al saber que no tendría compañía, y yo me desesperé temiendo que volviera a deprimirse. Así que llevé a mi novio al balcón, dejando a mi hermano que siguiera contemplándose en el espejo. Afuera, él se cruzó los brazos inmediatamente y miró el mar; sabía lo que le iba a proponer y ya estaba construyendo una muralla entre ambos. Pero lo iba a derrumbar.

—Escúchame, Christian. ¿Podrías ayudarme un poco? Mi hermano está feliz ahora, ¿hace cuánto que no lo vemos así? Por favor, ¡por favor!, te ruego que le acompañes vistiéndote…

—¿Vestirme, dices? ¿En serio? No es lo que tenía en mente al venir aquí. ¡Paso!

—¡No! ¡No pases de esto! Lo dijo él, ¡nadie nos conoce aquí! ¿Tienes miedo, es eso, miedo a sentirte como él, miedo a que te guste?

—¿Estás hablando en serio, Rocío? ¿Top, faldita, tacos altos y peluca? ¡En la puta vida!

—¡Uf! Solo hazme este favorcito y te juro que… te juro que te entregaré mi cola como siempre has fantaseado.

Descruzó los brazos y me miró a los ojos con la boca entreabierta. Por lo visto la meta que se había planteado para sentirse realizado en esta vida era darme por detrás. Siempre me lo ha pedido, y siempre lo he negado. Evidentemente él no sabía que yo ya había debutado con mi vecino y que tuve alguna aventura más durante mi pasantía, pero para él yo aún era virgen por detrás y eso lo calentaba a tope. Así que tomándome de los hombros me preguntó:

—¿Me-me dejarás hacerte la cola? ¿En serio?

—Depende, nene. ¿Me dejarás vestirte como a una chica?

Tragó saliva.

Cinco minutos después, en el baño, mi chico ya estaba cubierto de espuma para afeitar, mientras mi mano acariciaba su vientre y la otra sostenía la afeitadora. “Espero que valga la pena, Rocío”, dijo con voz temblorosa. “Ay, nene, lo hacemos para que Sebastián no se sienta solo. Será divertido, lo grabaremos y lo subiremos a internet, nadie te va a reconocer”.

Media hora después, Christian estaba luciendo una preciosa peluca roja, larga, lisa pero que caía en rulos, un espectacular cuerpo completamente depilado, enfundado en un cortísimo vestido tubo color negro y tacones altos a juego, medias de seda sin liguero, maquillada como una auténtica reina, nada exagerado, sombras bajo los ojos y un rouge en los labios. Estaba hecha una auténtica preciosidad de cabello de fuego, con senos apetitosos, piernas hermosas; no tardé en besarlo con fuerza.

—¡Christian, en serio estás preciosa!

—¡Ya! Terminemos con esta mierda.

—¿Quieres verte en el espejo?

—Quiero hacerte la cola, nena.

Nos tomamos de la mano y fuimos hasta la habitación para que se contemplara; se observó de arriba para abajo con la boca entreabierta. Dio un par de vueltas, muy emocionada, mirando la cola, levantando una rodilla grácilmente, palpándose las tetas falsas, mirando ese lunarcito nuevo hacia la comisura de sus labios. No se lo creía, era toda una mujercita. Tuvo una clara erección mientras se admiraba.

—¡La virgen! Yo…

—¿Qué, no te gusta, Christian?

—Pues… Ahora entiendo cuando Sebastián dijo que el cambio no era solo físico… esto es increíble, Rocío… y el contacto de la seda sobre mi piel, el vestido ceñido…

—Christian, ¡ahora eres toda una mujercita! —dijo mi hermano, tomándolo del hombro con orgullo.

—No me llames Christian, Sebastián —respondió sacudiendo con orgullo su cabellera de fuego, feminizando su voz—. Ahora soy Christina.

—Entiendo… Rocío, ¿qué nombre me pondrías? —preguntó  mi hermano, caminando grácilmente a mi alrededor, de manera femenina, contoneando sus caderas con orgullo, mirada en alto, conquistando con la mirada. Mi novio trató de imitarlo pero no le salía tan bien.

Yo estaba súper emocionada, la sonrisa no se me quitaba; me sentía como una niña con juguetes nuevos. ¡Juguetes de carne y hueso a mi merced!

—¡Dios, es la mejor noche de mi vida! “Hermanita”, como ahora eres una reina, te llamaré Regina.

Se paró al lado de Christina, se miraron entre ellas de abajo para arriba; respeto, admiración, éxtasis; luego vieron al espejo. Ya no había risitas, ya no había chistes. Ahora su transformación física estaba completa. “Broma para colgar en internet”. ¡Por favor, valiente excusa! Eran dos mujercitas hechas y derechas. Eso sí, Christina se veía ridícula con su erección.

Lo tuve que llevar de nuevo al baño para tranquilizarlo. Me arrodillé ante él y le mamé la verga con uso intensivo de mi lengua. Se miró en el espejo; pelirroja, preciosa, lunarcito, tetas y piernas enfundadas en medias de seda… y un rabo siendo abrigado por mis labios. Entre el sonido del chupeteo intenso al que le sometía, susurró un “Yo… yo soy esa”, antes de correrse copiosamente en mi boca.

¡Uf! Mientras le limpiaba, me imaginé a mi novio dándole una mamada a un hombre desconocido en algún callejón abandonado, que luego me pagaría a mí por los servicios de mi reina. ¡Me calenté pensándolo siendo una perrita propiedad de algún señor! Luego pensé en mi hermano. Tal vez siendo yo y él las putitas del jefe de mi papá; visitaríamos su mansión, le rogaríamos ser sus hembras y él diría, calando su cigarrillo, que le alegraría tener a las dos hijas de Javier (mi papá) a sus pies.

En ese momento, mientras le guardaba la flácida verga tras el tanga, me propuse que iba a ser la noche más excitante que probarían ambas. Porque, ¿qué sentido tenía transformarse en mujer si no iban a disfrutar de esas ventajas? Un mundo nuevo se les abría, y me dije que iba a ayudarlas a entrar con todo.

Volvimos junto a Sebastián en la habitación. Él ya había escondido su verga entre los muslos, pasándole esparadrapo para que se quedara allí atrapado, oculto tras el tanga. Se notaba que le apretaba, pero seguro que disfrutaba con la sensación. Me pareció buena idea; cuando me dirigí hacia Christina con la cinta en mano, ella se sobresaltó.

—¡No, no, Rocío! Prefiero que no me hagas eso… eso de esconderme la verga…

—Va a ser ridículo andar con una erección mientras llevas ese vestido, Christina —me apoyó mi hermana.

—¡He dicho que no, cojones! ¡Estoy cómodo así, la atajaré con el tanga!

Pues parece que Christina tenía muchas reticencias aún, pero no me molestaba, lo dejé pasar y salimos de la casa para ir hasta el Bulevar Santa Teresa, que está más o menos a cinco cuadras, así que fuimos a pie. Yo iba con vaquero ceñido y una blusita roja; irónico que la única chica de verdad vestía como la menos puta de las tres.

Caminábamos coquetas, llevadas de brazos, riéndonos, fardando cadera, sacudiendo nuestras largas cabelleras, rebotaba el eco de nuestro taconear por la avenida, conquistábamos el mundo con los ojos. Ya no estaba con mi novio y mi hermano; no, estaba con mi mejor amiga y mi hermanita. Preciosas, confianzudas, todas unas putitas que mostraban carne con total descaro, arrancando el suspiro de los pocos transeúntes que caminaban por las calles. ¡Éramos unas reinas!

“¡Viernes de noche y a dónde ir! ¡Todas listas para salir! ¡Luces por todas partes! ¡Busquen un lugar; música y a bailaaaar!”.

Nos detuvimos frente a la primera discoteca que vimos. Retumbaba la música. Vibraba el suelo. Ellas aún no lo sabían, pero nos esperaba el paraíso.

—Chicas —dije tomándolas de las manos—, ¿entramos?

—Tengo miedo —mi hermana resopló preocupada—. Pero estoy muy excitada, no voy a mentirles.

—Regina, tranquila —le calmó Christina—. Yo también estoy sintiendo un cosquilleo en mi vientre. Y en mis bolas. Solo vamos a jugar un poco con algunos hombres, a ver si caen, ¿sí? Rocío filmará la broma y ya.

Entramos, vimos y conquistamos. Éramos las reinas de cuerpos prodigiosos haciendo suyo el mundo con la mirada sensual y cuerpos caídos del cielo. Un chico en la entrada le sonrió a Regina. Pedimos unas cervecitas Miller en el bar; el muchacho que nos atendió le guiñó el ojo a Christina, que se erizó toda de emoción. Le regaló la cerveza, a nosotras nos cobró. Nos sentamos a una mesa en el fondo, viendo a la gente bailar en la pista entre los láseres y luces centelleantes.

Christina me codeó y me dijo que no se podía creer que nadie pillara el disfraz.

—No es un disfraz, Christina. Eres mujer ahora, y eres preciosa, ¡y muy putita! ¿Qué sentiste cuando ese chico te miró así?

—Me sentí súper rara, Rocío, vaya que estoy descubriendo un mundo nuevo… ¡Una Miller gratis solo por verme bonita!

Por otro lado, Regina estaba nerviosísima, mirando a un señor sentado hacia la barra que ya le había echado ojo desde que entramos. Trajeado, de tez morena, era enorme, mucho músculo seguro, fumándose un cigarrillo en soledad. Le tomé del hombro y le dije que fuera a por él, para ver si caía. Regina no quería, temía ser rechazada, pero le animé. Le dije la verdad: era preciosa, una reina que conquistaba solo con la mirada.

—Gracias, Rocío, si no existieras te inventaría. Allí voy, deséenme suerte, chicas.

Se levantó, contoneando su cadera de manera sensual tal como le había enseñado, mostrando esa colita que se enmarcaba en la mini de manera provocativa. Mi novio, digo, mi mejor amiga Christina, encendió la cámara de su móvil y grabó; pero me habló con su tono masculino que cortó todo el ambiente tan precioso que estábamos creando. Al parecer alguien seguía con problemas de represión.

—No te puedo creer, Rocío, tu hermano va a tirarle los tejos a un viejo. ¡Esta escena va a estar graciosísima!

—¡Escúchame, Christina! —le crucé la cara con mi mano abierta—. ¡Eres una puta! ¡Esta noche eres una reina! ¡Así que habla como tal!

—¡Dios, Rocío! ¿¡Pero qué te pasa!?

—¿Quieres arruinar esta noche mágica, no es así? ¿Tal vez mi cola no te hace tanta ilusión como creía, Chris-ti-na?

—¡Perdón! ¡Entiendo, entiendo! —dijo retomando su preciosa voz femenina, tomándose la mejilla golpeada—. ¡Tienes razón, no sé en qué estaba pensando, creo que tengo mi periodo o algo así! ¡Espero que Regina lo haga bien con ese hombre!

Mi hermana se sentó a su lado en el bar; nosotras dos nos acercamos a una mesita para oírla y filmar mejor. Para darle fuerzas también. El señor se giró hacia Regina y expelió el humo en su rostro angelical. El macho estaba marcando a su presa.

—Hola preciosa, te vi llegar con tus amigas.

—Ho-hola. Sí, estoy con ellas, ahora vine aquí para pedir una cervecita.

—Ya veo. Pago por ti.

—Gracias, querido. ¿Cómo te llamas?

—Soy Raúl —otra vez expelió el humo en su rostro.

—Raúl, qué precioso nombre. Soy Regina.

—¿Quieres olvidarte de la cerveza y de tus amigas, Regina? Me encantaría llevarte a bailar.

A mi hermana se le iluminó el rostro, seguramente porque era la primera vez que sentía en carne propia el deseo de otro hombre en su piel. Avasallante, vertiginoso. Él le acarició el hombro y Regina dio un respingo de sorpresa, no se esperaba que el señor la acorralara tan pronto. Apartó el hombro, pero siempre femenina.

—¿Qué te pasa, niña? No tengas miedo. Me harías el hombre más feliz del mundo si me acompañaras.

—Raúl… yo… ¿En serio? ¿Te haré el hombre más feliz del mundo? Nunca me habían dicho algo así…

Me calenté tanto imaginando a mi hermanita siendo vilmente sometida por ese macho en la casa de playa o en un callejón, así que no dudé en meter mano bajo el corto vestido de Christina para masajearle su polla.

—Christina, ¡uf!, ¿te gusta cómo Regina está jugando con ese hombre?

—Rocío, yo… creo… creo que nos estamos pasando… ¡se supone que es solo una broma pero tu hermano no lo lleva claro!

—¿Qué te acabo de decir, Christina? —dije apretando su verga—. Eres una puta esta noche, una mujercita, estás vestida como una. ¡Eres una reina! ¡No me jodas la noche, cerdita!

—¡Auch! Sí… ¡sí, Rocío! Me e-encanta ver a Regina así…

—Eso es. ¿Y quieres también estar al lado de un hombre musculoso, no es así? ¿¡No es así!?

—¡Auch, mierda! Yo… Sí, Rocío… supongo que también quiero uno… Dios mío, no puedo creer lo que he dicho…

—¡Ja! ¡Esa es mi chica! Tu verga se ha puesto dura cuando lo dijiste. Te voy a buscar un macho, ¡uf!, y te va dejar la colita hecha pupa.

—¿¡Pero qué cojones estás diciendo, Rocío!?

Mientras le pajeaba por debajo del vestido, mi hermana ya se levantaba tomada de la mano del precioso hombre-músculos. Fueron a la pista de baile, bajo las luces de neón, los láseres y el pesado humo, entre el gentío que bailaba sin cesar. No sé qué canción sonaba, pero sinceramente en mi cabeza solo se oía a los ABBA.

“¡Y aunque sabes coquetear, te interesa solo bailar! Con quién ya no importa, sola te da igual, ¡nadie te va a parar!”.

La tomaba de su pequeña cintura, bajando lentamente los dedos, recorriéndola, explorándola. Pegaditos se contoneaban de manera sensual, lenta, hipnótica. Ella estaba nerviosa, se le notaba, pero aquello le daba un aura especial, como la de una niña inexperta que recién estaba comenzando un camino lujurioso.

La colita de Regina se robaba la atención de alguno que bailaba cerca; Raúl las tomó y las apretó con fuerza; hundió sus dedos de manera agresiva en las nalgas. Al ver el caliente baile de tan preciosa pareja, muchos se abrieron paso para admirarlos. La pista de baile brillaba.

“¡A bailar, a girar! ¡Sabes reír y llorar! ¡Uh, miren bien, allí va, como una reina yaaa!”.

No podía creer lo preciosa que se veía aquella rubia de colita respingona. De angelical cuerpo femenino, de largas piernas y pequeña cintura que ya se movía sensualmente al ritmo de la música. Algunas chicas se veían celosas al lado de sus parejas, mordiéndose los dientes, mirando para otro lado con gesto desaprobador. ¡Era mi hermana la que cabreaba a aquellas mujercitas! ¡Y era una reina! ¡La reina del baile!

“¡Uno y todos a disfrutaaar! ¡Hay un ritmo sensacionaaaal! ¡Con un rock muy violento, largas a bailar, nadie te va a parar!”.

El hombre magreaba el culo ya con total descaro, se le veían las nalgas pues la faldita subía y bajaba al son de esos dedos gruesos; la trajo contra su cuerpo y la besó para jolgorio mío y estupefacción de Christina. Regina dobló sus rodillas pero se repuso a tiempo, abrazando a aquel gigantesco adonis. Su macho. Su rey.

“¡Y en la multitud, brillas con plenitud! ¡Reina al fin, toda juventud! ¡Tu inquietud, reina al fin, toda juventud!”.

Le susurró algo a Regina antes de darle un mordiscón en el cuello. Luego le dio un piquito, ella le mordió el labio. Besito inocente con promesa de algo más caliente. Se acercaron para acompañarnos en nuestra mesa.

—Chicas, les presento a Raúl. Es un empresario que ha venido a pasar el fin de semana aquí en Rocha. Raúl, ella es Christina y ella es Rocío, mi hermana.

—Encantado, chicas. Pues estoy esperando a un colega, es un buen amigo, jugador de rugby de Paysandú, espero que no les moleste que nos acompañe.

—¡Al contrario, Raúl, estaremos encantadas! —grité emocionada. ¡Madre! “¡Un rugbista para mi novio!”, pensé descontrolada. ¿¡Pero qué me estaba pasando!? Me calentaba solo con imaginar a mi chico siendo brutalmente poseído por un musculitos que le doblaba en fuerza y tamaño.

Raúl se levantó para buscar a su amigo, pues le llamó al móvil y no lo encontraba en el bailable. Regina aprovechó para suspirar largamente; estaba entre feliz y nerviosa. Christina en cambio estaba bastante preocupada, se notaba que era la chica que le costaba aceptar su nueva condición, pero yo me encargaría de sacar esa putita que llevaba adentro para que cumpliera mi nueva fantasía de verlo siendo follado por un gorila.

—Christina, ¿me has grabado bailando con Raúl, no?

—Claro que lo he grabado, Regina… ¿¡Pero qué carajo te pasa!? ¡Creo que alguien se está tomando su papel muy en serio! ¡Te has morreado con un hombre, hijo de puta!

—¡Mierda, lo sé, flaco! Creo que la cerveza tenía algo raro, no sé… ¿Te parece si paramos aquí?, me estoy sintiendo mal…

—¡NO! —me levanté de la mesa—. ¡Vamos a seguir con esto hasta el final! ¡Ambas van a seguir comportándose como unas mujercitas cuando vengan sus dos machos!

Tomé a mi hermano por el cuello y le gruñí que jamás en mi vida lo había visto así de contento. Lo noté cuando Raúl le habló. Lo noté cuando la llevó a bailar, cuando se besaron. Esa felicidad no era fingida ni movida por el alcohol. Esos ojos iluminados que parecía haberlos perdido estaban de nuevo allí, en su rostro de mujer angelical. Ella era feliz así, ¡tenía que reconocérmelo!

—¡Eres mi hermanita, Regina, y te amo seas una mujercita coqueta o un subnormal misógino!

—Rocío… ahora que lo dices, es verdad que me sentí muy especial cuando Raúl me trató así…

—¡Basta, la virgen! —Christina se levantó, pero se volvió a sentar pues su erección le delataba—. ¡Mierda, Rocío, tu hermano es un hombre, no una mujercita!

—¡Calla, Christina! —gritó Regina; para mi alegría había aceptado su rol de putita—. ¡Tú no estuviste ahí, tú no conoces a Raúl como yo! ¡Las cosas que me ha dicho, cómo me tocaba, dios, estoy feliz! ¡Estoy feliz así, lo admito!

Christina tenía los ojos abiertos como platos, pero yo estaba contenta, como dije, a mí no me importaba que mi hermano confesara ser una puta hambrienta de pollas, para mí su felicidad estaba por encima de todo, más allá de los problemas que pudiéramos haber tenido, de los líos en los que me había metido, era mi hermanita, la única en el mundo, y su felicidad era mía. Así que sonreí.

—¡Bravo, Regina, estoy súper orgullosa! ¡Eres toda una hembra!

—¡Gracias, Rocío! ¡Al menos alguien me apoya!

—¡Mierda! —protestó Christina, acomodándose en el asiento—, ¡ahí vienen!

Llegaron los dos hombres. El rugbista, de nombre Ariel, era mucho mayor, probablemente jugador en sus últimas temporadas a juzgar por esas canas que poblaban de manera tímida su negra cabellera; era más grande que Raúl, obviamente por el deporte practicado. Pobre Christina, al final lo del culito hecho pupa iba a ser cierto.

Me puse a cien pensando en mi novio siendo sometido por Ariel. Solo tenía que convencerlo de alguna manera.

—¡Qué buenas compañías te has conseguido, Raúl! ¡Qué preciosas jovencitas!

Ariel se sentó al lado de Christina, que aún estaba súper nerviosa como toda la maldita noche. Regina se volvió a los brazos de Raúl, y yo, para apoyar a mi novio, digo, a Christina, me senté al otro lado del rugbista. Bebimos, hablábamos de tonterías, jugábamos a calentar a los chicos mientras la cerveza iba y venía. “Christina es hermosa, ¿verdad que sí, Ariel?”, preguntaba para que picara.

Y por suerte Ariel comenzó a desarrollar interés en Christina. Tal vez porque ella vestía más sexi que yo, o por esos labios con rouge sensual o simplemente por tener un cuerpito más apetitoso. En el momento que le acarició la oreja para susurrarle algo, supe que mi plan estaba saliendo a la perfección.

Los llevábamos a la pista para bailar pegaditos, aprovechando que empezaba a caer espuma. No se pueden imaginar lo caliente que fue sentir manos desconocidas ir y venir por mi cola, y no podría imaginar lo putitas que se habrán sentido Christina y Regina pegados a esos machos, bailando apretaditos, sintiendo pellizcos por aquí y allá.

—¡Chicos! —grité tomando del brazo a Raúl—. ¡Por favor, vayamos a la casa de playa de mi tío! ¡Me cansa estar aquí!

Christina se desesperó, me tomó de la mano y me alejó para discutir. Volvió a usar su voz varonil, cosa que me enervó un montón. ¡Se supone que esa noche era una chica!

—¡Rocío! ¿Qué mierda te pasa, no íbamos a gastarles una broma? ¡Tú y tu hermano se dejando llevar por la situación! ¡La virgen, yo también me he dejado llevar, me he dejado mordisquear!

Le volví a cruzar la cara.

—¡Basta, Christina! ¡Eres una putita, una reina! ¡Esta noche no me la vas a joder! ¡Mi fantasía no la vas a truncar!

—¿Fantasía? ¿Pero qué…? ¡Dios, Rocío! ¡Creo que tu hermano es algo… especial, pero yo no! ¡Esta broma está yendo demasiado lejos!

—¡Dímelo con tu voz femenina o te vuelvo a cruzar la cara!

—¡No, Rocío, ya basta! ¡Estuvo divertido pero yo amo a las mujeres!

—¡Uf, no tienes solución! —tomé sus manos y las llevé hasta mi cola—. ¡Será toda tuya, solo aguanta!

—¡Mierda, déjame hacerte la cola ahora, en el baño, y te juro que continuaré con esta puta broma, Rocío!

—¡NO! ¡O continúas o vete olvidado de estas para siempre, cabrón!

—¡Mierda, mierda! ¡Entendido! ¡Soy una putita, Rocío! —dijo volviendo a su tono femenino, casi llorando—. ¡Soy una reina! ¡Perdón, creo que estoy ovulando o algo así, no sé por qué he dudado!

—¡Vamos a ir a casa y llevaremos a esos machos! ¡Nos la vamos a pasar bien!

—¿Y allí le diremos que es todo una broma, no? Digo, para filmar sus rostros… y subirlo a internet…

—¡Ja!

La tomé la polla por debajo de su vestido para tranquilizar esa maldita erección. ¡Le había advertido que debía usar la cinta adhesiva pero no quiso! Me dijo entre jadeos, mientras le pajeaba, ocultos entre la fiesta de espuma, que se había excitado por la idea de darme por culo por primera vez en su vida.

—¡Mi cola será toda tuya si te comportas como una linda putita, Christina!

—Uf… sí, Rocío…

—¿Y bien, aceptas tu nueva condición de putita?

—¡Sí! ¡Oh, mierda, perdón mamá, perdón papá, pero sí, lo acepto, soy una puta!

Se corrió en mi mano, era poca la leche a esa altura, podría sacudírmela y sacarla de encima, pero se me ocurrió una idea fantástica para emputecer a mi novio. Le mostré mis dedos untados de su semen, con la otra mano apreté fuerte su polla y le ordené que me limpiara las manos utilizando su lengua. Me miró, luego los dedos, me volvió a mirar confundido; tal vez algo ofendido. No quería chupar. “Dale nene, es mi dedo, es tu leche, no pasa nada, nadie nos ve”. Ladeó su rostro; no quiso.

Aún había algo de represión.

Cuando volvimos, Regina ya se estaba morreando con Raúl sentados a nuestra mesa. Sí, la broma había terminado hacía rato y mi hermano se estaba mostrando tal cual era por dentro. ¡Y yo estaba feliz por él! ¡Solo faltaba mi novio! Ariel se levantó y nos tomó del brazo a mí y a Christina; me derretí. “Seguro tiene una polla enorme”, pensé. Quería que se follara cuanto antes a mi novio, seguro hasta le enseñaba cómo dar por culo.

Christina dio un respingo al agarrarse de su brazo. Le vi el rostro y parecía debatirse internamente si seguir actuando o abandonar lo que podría ser la noche más divertida de nuestras vidas. De alguna manera, tal vez recordando que mi cola sería suya, logró tranquilizar el hombre de su interior y dejó que la putita que llevaba adentro aflorara.

—Ariel —dijo Christina—, por favor, vayámonos ya.

Llegamos en el coche de uno de los señores hasta nuestra casa de playa. Fui adelante, sentada sobre el regazo de Christina pues Regina estaba morreándose fuertemente con Raúl en el asiento trasero. ¡Dios! Los vi de reojo, cómo le mordisqueaba el cuello a mi hermanita, cómo le lamían la cara. Raúl quería manosearle la concha pero Regina le cerraba el paso fuertemente.

Al entrar en casa, Christina estaba temblando de miedo, así que le tomé de la mano. Fuimos a la habitación principal, Regina detrás de nosotras, dejando a los señores esperando en la sala.

—Se ve que el jugador de rugby anda loco por ti, Christina —dije dándole un beso húmedo.

—Me va a ver la polla, Rocío. Necesito un palo de golf o algo así cuando me pille, para defenderme en caso de que no le guste la broma. Por cierto, ¿me puedes decir en qué momento vamos a decirle la verdad?

—¡Espero que antes de que nos den por culo! —Regina se rio, pero yo me reí más fuerte.

—Chicas, déjenme a mí eso de filmar, y ustedes ocúpense de sus machos. Cuando sea el momento adecuado, diré que es una broma para internet y tal, ¿sí? —mentí. Les volví a pintar los labios para que quedaran como nuevas.

De improviso, Ariel y Raúl entraron en la habitación, pechos fornidos al aire, aún en pantalones. Y esos brazos… ¡Podrían aplastar a mis nenas si se enojaban, eso estaba claro!, así que ambas decidieron seguir su rol de putitas antes que cabrearlos.

Raúl no se esperó más. Arrinconó a mi hermana contra la pared y le metió lengua para que ella, al principio reticente, pudiera corresponderle. Dobló las rodillas y él por fin le tocó la concha. Manoseó de nuevo; otra vez, y otra vez. Se dio cuenta que Regina era hombre. Se alejó del beso; colgaban hilos de saliva entre ambas bocas. Regina tenía miedo de perderlo; su corazón no podría con ello. Muy para mi alegría, el hombre, en completo silencio, le sonrió, le tomó de la mano y la llevó hasta el sillón mullido.

Se sentó y pidió a Regina que se arrodillara entre sus piernas. Ella dudaba, tenía miedo; sería su primera vez mamando una polla y sería la primera vez que la penetrarían. Pero él la tranquilizó. “Seré dulce, mi reina, en serio me harías muy feliz si me la lubricaras”.

—Ay, Raúl, tú sí sabes cómo tratar a una chica…

Se hizo lugar, de rodillas ante él; sus manos temblorosas se posaron en los muslos del señor, indecisas, miedosas. Regina me miró, como diciendo: “¿Debería hacerlo, Rocío?”. Le sonreí y le guiñé el ojo. Raúl se inclinó ligeramente y escupió un cuajo en la punta de su enorme tranca; tomó la mano de Regina y le solicitó que lo pajeara, que escupiera de vez en cuando para lubricarlo, y que si ella quería, podía mamársela. Solo si quería.

Regina se graduó de mamona viciosa esa noche.

Por otro lado, Ariel tomó a Christina y la puso de cuatro patas sobre la cama en un santiamén, por más que ella intentara zarandearse con todas sus fuerzas. Claro que el hacerlo, su vestido se remangó y reveló una polla durísima luchando por escapar de su tanga.

—¡Vaya sorpresa! —gritó Ariel, no sabría decir si emocionado o cabreado.

—¡Perdón, Ariel, santo cielo, perdón! ¡No me mates, cabrón! —Christina se revolvía como loca pero el gorila la tenía bien contenida. Le dio una fuerte nalgada para que ella se tranquilizara.

—Christina, si todos los travestis fueran como tú, me volvería adicto…

—¿¡Mande, compi!?

Escupió un gigantesco cuajo en su culo. Chilló ella, carcajeó él. Puso su tranca en el agujero mientras que con la otra sostuvo fuerte de la polla de mi novio, apretándola, estirándola, haciéndole arquear la espalda. “Quédate quieta o te la arranco. Te voy a hacer llorar de placer, por guarra”.

—¡No, no, por faNNGGGG!

Mi hermana por otro lado ya se había sentado encima de su rey; tenía la cara arrugadísima, se mordía los labios para no gritar del dolor pues Raúl la estaba empalando poco a poco. Arañaba las posaderas del sillón, sudaba como una puerca, se retorcía, pero por lo que veía, la polla se estaba abriendo paso lentamente.

—Raúl… ¡Mfff, me estás partiendo!

—Regina, lo tienes estrechito, déjame al menos meter la puntita y correrme adentro.

—¡Síiii!

Mi hermana estaba convertida, pero mi novio seguía resistiéndose. Con cámara en mano, fui hasta la cama y me acosté al lado de la pareja. Aquello unión entre un macho y su puta era una delicia para la vista; un paraíso; acaricié las sonrojadas mejillas de mi chico, resoplaba y sudaba como una auténtica cerdita. Ya casi estaba convertida, ¿o no?

—ROCÍO… ¡MIERDA, ME LA ESTÁ METIENDO! ¡ESTÁ METIENDO!

—¿Y qué se siente, Christina?

—¡EL HORROR, DIOS MÍO, PERDÓN!… AGHM, ¡NUNCA MÁS VOLVERÉ A PEDIR TU COLA, NO PENSÉ QUE DOLIERA TANTORGHHHH! ¡BASTA ARIEL!

—¡Me alegra que dejes ese temita de hacerme la cola, Christina!

Ariel dejó de meter y la tomó por la cintura. Dijo que no había metido más que la puntita, se notaba que a mis dos nenas les faltaba mucho para acobijar a sus machos. La pequeña y erecta polla de Christina se zarandeaba entre sus piernas con algo de brillante líquido preseminal colgando de la punta, temblando, era un chiste comparándose al de su macho; la leche brotaba de nuevo. Ariel pareció tomar impulso, pero yo puse mi mano en su fornido pecho:

—Espera un momento, Ariel. Escúchame, Christina: Quiero que sientas toda la leche dentro de tu culo, que la sientas burbujeando toda la noche para que tengas claro tu nuevo rol de putita.

—¿¡QUÉ MIERDA TE PASA, NENA!? ¡QUE LA SAQUE, QUE LA SAQUE, HE APRENDIDO LA PUTA LECCIÓN! ¡NO TE PEDIRÉ NUNCA MÁS TU COLA!

¡No me aguanté! Mi sangre bullía, mis pezones estaban paraditos y con los piercings que tengo allí las sensaciones se multiplicaron. Me bajé el vaquero y ladeé mi tanga; me hice deditos, retorciéndome en la cama, tenía la concha hecha agua. El señor Ariel abrió los ojos como platos, luego miró cómo su tranca se enterraba dentro de mi novio.

—¿Rocío? —preguntó el rugbista—. ¿No eres travesti? ¿Eres una chica de verdad?

—Síiii, señor Ariel, soy de verdad, uf…

—Me lo podrías haber dicho, ¿no crees? ¡Me hubiera ahorrado tener que meter mi verga dentro de un maromo para calmar mis ganas!

—Ya es muy tarde, señor. Por cierto esto es una broma para internet —dije tirando la cámara al suelo—, ahora siga dándole, que aprenda cómo se da por culo…

—Supongo que sí…

—¡NO, NO LO HAGAS, NO LA METNNGGG!

—¡Toma leche, por puta!

—¡DIOS, NOOO!

 “You can dance, you can jive, having the time of your life!”.

Tuve un orgasmo avasallador oyéndolas siendo terriblemente enculadas por aquellos gorilas. Me quedé retorciéndome en la cama, enredándome con la manta entre mis piernas, arañando el colchón, tirando las almohadas al suelo.

No tardaron los gritos convertirse en jadeos ahogados; tímidos, esporádicos. El primero en calmarse y gozar fue Regina. Mucho después Christina. Temblaba, se mordía los labios; le tomé de las sonrosadas mejillas y le susurré al oído mientras su rey se abría paso dentro de ella: “¿Te gusta, verdad, putita?”. Christina gemía, no hablaba, no podía. ”Dime que te gusta, mi reina, ya eres una mujercita, ¿no?”.

Mi novio se corrió siendo penetrado por un rugbista, vi su pequeña polla balanceándose descontroladamente, escupiéndolo todo en la cama. Fue la mejor respuesta que podía obtener. Sonreí de lado y le di un beso húmedo.

Pareció “despertarse” cuando terminó de venirse; asomó su voz masculina en uno de los jadeos y amagó salirse, pero le detuve mientras su macho también le sujetaba fuerte pues notó que Christina estaba teniendo algún sentimiento de culpabilidad post coito. “Quieta, putita”, susurré acariciándole la oreja, señalándole el espejo del armario que reflejaba a una preciosa pelirroja siendo poseída por un hombre que le doblaba en tamaño. Lunarcito precioso hacia los labios rojo fuego, rímel corrido, azorada, con su pequeña polla goteando semen entre las piernas.

—Esa eres tú, Christina…

—¿¡Rocío!?…

—No te niegues, no te resistas —recogí su semen y lo embarduné en mi dedo corazón; lo metí en su boca; inicié un mete saca—. Dilo, para mí, hazme feliz, Christina.

—MMFFFNOO —mordió cada palabra debido a las embestidas de Ariel y mi dedo.

—No, no, no, Christina… Asúmelo. Deja de negarlo y verás cómo te gusta. Mira el espejo, reina, y dime quién es esa preciosa pelirroja que ves.

Levantó de nuevo su mirada. Se vio, se reconoció por fin en ese reflejo perverso; de cuatro sobre la cama, con el vestido remangado y el tanga hasta medio muslo, un gorila detrás de ella presto a partirla en dos; pareció comprenderlo. Su polla se zarandeaba ya débilmente. Cerró sus ojos y hundió su cabeza en la cama, dejando que Ariel siguiera dándole carne.

“Rocío, yo… ¡yo soy esa!”.

Arqueó su espalda y gimió con voz de mujercita, acompasando a su macho. Y yo me volví a retorcer del placer, restregando mis muslos, emblanqueciendo los ojos; no tardé en alcanzar un orgasmo demoledor que me hizo perder la conciencia por breves segundos.

Había emputecido a mi novio…

Cerca de las cuatro de la madrugada, me despedí de Ariel y Raúl, quienes dijeron que esperarían a mis mujercitas al mediodía, en la playa, para pasar un rato agradable. Me dieron bastante dinero por haberles hecho pasar la mejor noche de sus vidas. Les dije que con gusto las llevaría junto a ellos, que les haría un pequeño descuento y que nos dieran tiempo para comprar bikinis y mucha cinta adhesiva.

Mis dos mujercitas dormían en la cama. O desvanecidas de dolor, no sabría decir. Me hice espacio entre ellas. Regina tenía los ojos cerrados pero se le notaba una sonrisa. Supe que estaba despierta porque cuando enredé mis dedos entre los de él, me correspondió apretándomelos fuerte; calidez, agradecimiento. Ese era el hermano que tanto amaba yo; estaba de vuelta conmigo; mi corazón y el de él eran pura alegría.

En cambio mi novio…

—Rocío… —dijo Christina, con la mirada perdida en el techo—. Pensé que iba a morir…

—Pero, ¿te ha gustado o no, mi nene?

—Prefiero no decirlo. Oye… ¿entonces, me dejarás hacerte la cola?

—¿Otra vez al asalto? Pero si prometiste que nunca más volverías a proponérmelo. Caso cerrado, Christian.

—No me puedes hacer esto, nena. ¡Me he dejado dar por culo solo por ti!

—Mira, no te has dejado dar por culo. Ariel solo te ha metido la puntita. Hagamos esto, cuando sepas lo que es tener una verga en el culo te entregaré mi cola, promesa.

—Tienes que estar jodiéndome…

A la mañana siguiente las tres nos encontramos con Raúl y Ariel; paseamos por la playa y luego por las doradas dunas de Punta del Diablo. Yo era la única en bikini, mis reinas llevaban vestidos de playa al crochet para disimular. Obviamente no iban a poder regalarles el culo en algún descampado pues las colas aún las tenían ardiendo, así que quedamos en continuarlo la próxima vez que volviéramos a Rocha.

Almorzamos juntos en un comedor aledaño a la playa que servía unos inolvidables camarones con oliva y ajo, toque de vino blanco y pimentón español; paseamos por el pueblo y contemplamos el atardecer en la terraza de la casa de playa, donde mis niñas le dedicaron sendas mamadas de despedida mientras les prometían que serían sus putitas para siempre.

Tras despedirnos, en donde efectivamente volví a cobrar los servicios de mis reinas, nos preparamos para volver a Montevideo. Me dijeron que pagarían el doble para poder encadenarlas en algún callejón y así poder orinarlas encima, pero les respondí que mis reinas no hacían eso… aún. Eso sí, con el dinero que gané prostituyéndolas iba a reponer toda la ropa que perdí para vestirlas, y por qué no, darme algún gustito en un salón de belleza.

Mis chicos volvieron poco a poco a transformarse en los muchachos que conocía; Sebastián estaba bastante contento, algo confundido y culpable por haber disfrutado con un macho, pero cuando le dije que todo quedaría en secreto, y que ni mucho menos lo publicaría en TodoRelatos, se tranquilizó y me agradeció por haberlo traído hasta Rocha.

Mi novio, en cambio, estaba bastante cabreado. Me dijo que no quería esperar otros seis meses para volver junto a Ariel y dejarse dar por culo, pues eso significaba que no podría hacerme la cola en ese lapso. Lo abracé, metiendo mis manos bajo su vaquero, comprobando que tenía puesta mi tanga, y le susurré que le iba a cumplir su maldita fantasía como premio por haber roto sus límites, pero que simplemente me diera tiempo.

Así que subimos al coche y volvimos a la capital; volvimos a ser quienes debíamos ser. De vuelta a la ciudad, al aire pesado, al constante murmullo, a las responsabilidades del día a día, pero cargando para siempre lo que fue una aventura inolvidable en el sur de Uruguay. Aventuras algo dolorosas para ellos, sobre todo al sentarse, pero inolvidables al fin y al cabo.

“¡Y en la multitud, brillas con plenitud! ¡Reinas al fin, toda juventud!”.

Aún rebota el eco de nuestros taconeos por el Boulevard Santa Teresa. Resuena una canción proveniente de una discoteca lejana. Vibra el suelo, retumba una canción inolvidable. El paraíso nos espera con las puertas abiertas para una próxima aventura; espera ansiosa la vuelta de sus reinas.

¡Un besito a los que han llegado hasta aquí!

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