El Señor del Anillo

FECHA: 8/03/2013

Hola a todos/as.

Soy nuevo en esta página. La encontré, como quien dice, por casualidad y, al leer unas cuantas de vuestras historias, me decidí  a ‘coger papel y lápiz”,  y escribir sobre mis experiencias, idas y venidas, entradas y salidas con mi ex y su, en aquel entonces, fantástico trasero. Espero que os guste.

Como cualquier otra pareja nuestras sesiones solían incluir el sexo oral (yo a ella, y ella a mí), el vaginal… Solíamos probar  posturas, siempre con el objetivo de darle nueva vida a nuestra relación sexual, aunque al final nos quedamos con las más cómodas, lógicamente.

A veces me sentía tentado de sugerirle el sexo anal ya que, habiendo visto innumerables películas porno, tenía la curiosidad de probarlo (siendo yo el que diera, claro), pero temía el rechazo y a que me viera como a una especie de pervertido. Además, sólo llevábamos pocos meses saliendo y ella jamás había dicho nada al respecto. Aunque la tentación era cada vez mayor pues, siempre que estábamos en su habitación, no podía evitar  el mirar al bote de vaselina que tenía sobre uno de los muebles y que, según ella, la usaba para lubricarse los labios y otras zonas con tendencias a secarse (sobre todo en los fríos meses de invierno)

“Ya te lubricaría yo… y no los labios, precisamente”, me decía yo para mis adentros.

Pues nada, pasó un tiempo, y lo de siempre. Las ganas volvían a resurgir cuando me la cogía a cuatro patas. Nada más verle ese rosado anillo, tan pegado al orificio que en aquellos instantes estaba fornicando, me ponía a cien y a la vez un tanto enfadado. Cada vez que lo miraba, era como si se estuviera riendo de mí, sabiendo que lo tenía tan cerca, pero a la vez tan lejos. Cogerme a mi ex a lo perrito se convertiría en placer, a la vez que en una tortura. Pero mi sueño, aunque efímero, se haría realidad una mañana.

A pesar de estar saliendo juntos, en aquellos primeros meses, vivíamos separados. Ella en casa de sus padres, y yo en la de los míos. La noche anterior a quella mañana sus padres habían salido a pasar el fin de semana fuera, y ella me pidió que me quedara con ella las dos noches que sus padres iban a estar ausentes. Y así fue. La primera mañana, no sé exactamente lo que le picó, pero despertó con unas ganas de follar enormes. Tal fue que, cuando desperté, lo hice con la polla en su boca. Quería, dijo,  sentir cómo se hacía grande mientras la chupaba para que luego, se la metiera. Quería que la penetrara y hacía todo lo que estuviera en sus manos, nunca mejor dicho, para que así sucediera.

Así pues, después de una buena sesión de sexo oral, se me echó encima como fiera sobre su presa. En el “fragor de la batalla” alcancé su trasero que, por cierto, era bastante carnoso y respingón y, con el dedo corazón, empecé ‘masajearle’ aquel anillo rosado por el que tan loco estaba. Al ver que no ponía objeción alguna, empecé a empujar el dedo hacia dentro. Ella estaba demasiada cachonda como para darse cuenta… O quizás, pensé por un momento, le gustaba. Tanto fue, que le planteé lo de cogérmela por  detrás. No fue una sorpresa cuando me dijo que mejor que no, que le dolería. No obstante, insistí.

“Probamos con la vaselina,  -le dije,  y, poco a poco,  te voy metiendo primero los dedos, y luego el rabo.”

Debió ser lo caliente que estaba, porque enseguida se puso a cuatro patas. No os podéis imaginar lo excitado que estaba cuando, al empinar el trasero, pude ver su pequeño agujero, agujero que iba  a penetrar. Tanto mi polla como mis huevos estaban a punto de reventar de gozo.

Tras coger un poco de lubricante con el dedo corazón,  el mismo con el que hacía unos instantes le masajeé el culito, me dispuse a frotárselo hasta que quedó completamente resbaladizo. Primero uno. Luego dos. Luego tres.  El pequeño anillo de tan carnoso trasero se hacía más grande con cada embestida de mis dedos.

Fue en ese momento cuando supe que aquel agujero estaba listo para ser desflorado. ¡Qué sensación, cuando ví que la cabeza de mi polla se enterraba en aquél estrecho y caliente orificio! ¡Qué poco faltó para que me corriera dentro del culo de mi nena! ¡Qué placer sentí!

Ella, por el contrario, no lo estaba pasando tan bien. A veces movía el trasero como con miedo a que le hiciera daño. Lo cual era normal. Según ella, nunca lo había hecho por ahí.

Tendría como la mitad de mi polla en su trasero, cuando dí un brusco empuje, con la intención de penetrarla del todo. Ella hizo una especie de gesto, sacándome la polla de su culo.

Me dijo que, más que daño, tenía miedo al dolor que le pudiera causar y que, por eso, no estaba dispuesta a correr el riesgo. Mi dulce sueño anal se hizo añicos tan pronto como casi se había hecho realidad.

Continuamos, yo cogiéndola por el coñito, que ya, a esas alturas, lo tenía más que húmedo.

Justo antes de correrme, la saqué, y descargué  mi lefa sobre sus nalgonas.

¡Qué ganas tuve de empujársela por el culo, y acabar de vaciar mis huevos en aquél agujero en el que, momentos antes parecía tragar mi palpitante pieza de carne!

La posibilidad de volver a penetrarla analmente parecía haberse desvanecido. Meses más tarde, cuando se lo volví a sugerir , su respuesta era la misma.

Pero no me rendiría tan fácilmente. Ya sabéis el dicho: “Donde hay voluntad hay un camino.”

CONTINUARÁ…

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